Friday, September 26, 2008

3 Historias del Mojo – II

Esta otra historia sucedió hace mucho. Estaba yo con una ex novia cuando sonó mi teléfono. Era mi exnovia, de hacía mucho más, que se graduaba esa noche y que me invitaba a su fiesta, pues su novio de ese entonces –ahora sé que es su esposo- no pensaba ir y no había forma de convencerlo.

Solícito como siempre, no pregunté los porqués y tras vestirme y despedir a mi ex me puse a planchar mi corbata azul chillante. Supe después que no iríamos solos, mi exex y yo; toda su familia había venido desde la ciudad en la que ambos vivíamos antes, a verla graduarse.

Su hermana Sandra! La mujer más increíblemente sensual del mundo! Sola en esta ciudad, y en la misma fiesta que yo! Nunca olvidaré la foto que le tomó un novio mucho mayor que ella, haciendo como que sostenía el sol del atardecer entre sus dedos, con una chamarra de mezclilla puesta y nada más…

Con ese pensamiento en la cabeza, me encontré con la dichosa familia y la recién graduada afuera de la fiesta. Saludé a mi ex suegra, a mi ex cuñada, la mayor –guapísima- y a su hija, que yo había conocido como niña pequeña y ahora era una cosa casi de mi tamaño.

Mi ex novia me pareció aburrida. Su hermana me pareció hermosa. El vodka me pareció buenísimo.

Bailé unas cuantas, de rigor, con la que había sido mi iniciación en cosas del amor. (He querido a pocas, tanto, como a ella. El primer año). Poco después ya estaba yo bailando con la hermana. Fue de las primeras veces que me dí cuenta del poder que bailar bien a una mujer puede tener en el mundo. Para mí y para ella: yo era joven, ella hermosa, y bailábamos. Sensual como ella era, de pronto nos dimos un beso. (Yo no lo busqué, yo no lo quise, diría Marías). La hija se enojó, empezó una tensión creciente con la que se acabó la fiesta. Las acompañé a su auto, y, antes de que ella se metiera en él, entre la puuerta y el auto, escondidos de los otros, nos besamos más. Besos dulces, exquisitos, aderezados con el sabor de lo prohibido. Para ese entonces la hija ya lloraba y mi ex novia no estaba contenta.

Acepté tomar un taxi con un amigo de ellas, después de escuchar a qué hotel iban. Al pasar unas cuadras y ver un cajero, fingí que allí vivía. Me bajé del taxi y caminé al cajero, saqué dinero; a una farmacia, compre condones; tomé otro taxi: “al hotel Oslo, rápido”.

Averigüé en qué piso estaban. Pedí un cuarto. Me topé con mi ex en un pasillo y me escondí. Llamé por teléfono a la habitación de Sandra, le dije “Estoy aquí. Dejo abierto. Te espero”.

Con la sangre empujando mis movimientos entorné la puerta. Puse mi despertador, pues al día siguiente trabajaría muy temprano. Tenía que ir a un lago donde se echan en paracaídas por un asunto de trabajo.

Sonriente, me acosté a esperar.

Nunca la volví a ver. Ni a ella, ni a mi ex, ni a mi ex suegra, ni a la niña que lloraba.

Me aventé de traje y con corbata azul chillante, en el paracaídas.

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