Thursday, January 22, 2009

Era importante para mí

Y lo menos que puedo hacer es platicártelo.

Tenía yo el último boleto de la sala y de los dos conciertos. Verdaderamente el último.

Anoto: Ahora, horas después, bebo vino.

Damien RIce salió solo y tomó su guitarra y no utilizó nada más que su magia e imaginación. Había, en total, unas cuantas velas prendidas a su alrededor, que eran insignificantes ante los reflectores; una botella de vino tinto en el suelo y una copa, unos cigarros, y nada más.

Empezó cantando no sé cuál, la primera del disco, creo, y entre el ruido del aire acondicionado y la ausencia de Linda, la cellista, empecé a pensar que era un fraude. Me distraje viendo la gente y la odié muchísimo, como siempre. No puedo entender qué es lo que creo que me separa de ellos, por qué me creo más Damien RIce que todos los demás. No entiendo a los tipos mamados y con vaselina en el pelo, o para el caso, con camiseta o gorras. Los odié profundamente, lo acostumbro. Y no hubo una sola mujer que me pareciera guapa, mas que una gringa de largas piernas que en todo caso daba miedo.

Terminó la primera canción y el artista pidió que apagaran el aire acondicionado. Bromeó con que no seguiría tocando hasta que no sucediera. Empezó otra canción, apagaron el aire: me empecé a instalar.

Me sorprendió, me iba sorprendiendo, que él solo con su guitarra hiciera casi todo lo que se oye en el disco.

Cuando preguntó, "qué quieren oír, algo alegre o algo realmente depresivo", y casi todos gritamos "¡depresivo!" me empecé a sentir feliz y empecé a dejar de odiar a los demás: a fin de cuentas nos parecemos o somos los mismos.

Y entonces sucedió. Sacó el conejo del sombrero, nos ganó. Para no abrumar con insignificancias, narro lo esencial. Él seguía cantando y tocando, y lograba que en cada canción no faltara nada. Él hacía los coros, la voz femenina, hacía que olvidáramos la ausencia del cello, del coro, de la soprano invitada. Él todo, y con los ojos cerrados.

En un momento se desconectó de la amplificación y tocó y cantó para que lo escucháramos directamente, como si de un foro romano se tratara. Eso es la acústica, eso somos los humanos.

En otra canción pidió que apagaran las luces. Desapareció entonces, instantáneamente, y poco a poco las velas tomaron su lugar y su milenaria importancia: empezamos a verlo. (No puedo recordar ya ahora qué canción era, pero en su momento, fue importante). De pronto cambió a Aleluya, de Cohen, à la Buckley. Ahí casi lloro, o lloré, si bien es cierto que nadie me veía.

Mientras él cantaba, yo recordaba viejos amores y viejos adioses -Damien Rice es un profesor en las despedidas, sobre todo en las despedidas neuróticas- y me preparaba para el futuro. (Habló de su capacidad de amar y odiar al mismo tiempo, cada vez más, ambas cosas, y cantó sin darse cuenta, el himno del neurótico, "tú siempre y yo nunca").

Fue para mí la despedida de las despedidas, Fue importante.

Al final, ya en el encore, cuando se había ido amablemente, regresó para tocar The Blower's Daughter. Todos coreamos. Cómo no hacerlo.

Inmediatamente después prendió un ipod que estaba allí escondido, tomó la botella de vino -para algo estaba allí- y se sirvió, último prop que quedaba, y contó la historia de cómo un día en un bar se enamoró de una chica, dejó pasar el último metro de vuelta a casa para estar con ella y para que al final ella le dijera que se iba a encontrase con su novio. "Y entonces él, en una servilleta, escribió esta canción", nos dijo. Hablaba de sí mismo en tercera persona, acompañado únicamente de su copa de vino y su tabaco. "En aquél entonces él era pobre, ahora ya no", decía.

Cheers, Darling. Damien Rice bebió el vino en su copa e interpretó el modo en que borracho prendía los cigarros que aquella le dejó como recompensa por su compañía, mientras esperaba a su verdadero novio. Tambaleándose, salió del escenario. Obscuro final.

Tambaleándose él, y bebiendo vino: haciendo magia, yo fui Damien Rice y él lo fue por mí. Un vislumbre pequeño de lo que significa ser humano.

Y mientras tanto el reloj, que, como dijo él, va fuck, fuck, fuck, fuck, fuck...

Algún día no querré ser Damien Rice. Quiero ser yo antes de morir.

Me encantan los inmensamente cursis y neuróticos, me encantan los que nos demuestran lo que es sufrir.

Gracias Damien Rice.

Al final caminé por reforma hasta que me ganó el frío y paré un taxi, Me cobró la mitad que lo que me cobraba el taxi de sitio. No sé, siquiera, lo que cobraban los del Auditorio.

Soy un marro.

Y en mi casa, había vino.

En pausa

A veces me parece que vivo en pausa. Más bien me parece siempre que vivo en pausa.

Y que los únicos momentos en que estoy vivo es cuando escribo este blog.

O bebo vino, u oigo música, o hago el amor a una mujer.

Pero resulta que si empiezo a amarla, pongo todo en pausa, otra vez.

Sobre todo pongo en pausa este blog.

¿Cómo presentarme realmente como soy? ¿Cómo seguir amando y seguir siendo yo?

Intentándolo, para empezar.

Para empezar.

En pausa