Wednesday, August 13, 2008

Y

Y también debo aprender, que una mujer no puede ser normal y anormal al mismo tiempo,

Y para el caso,

Yo tampoco.

Y también

Y también debo aprender a decir no. No, hoy no creo que sea buena idea. No, yo no. No, no estoy de acuerdo contigo. Hoy no tengo ganas de verte. O no, no vayas. No te vayas. Tengo que perderle el miedo a la violencia. A la mínima violencia, que me aterra tanto como la más grande. Y tengo que, según me dicen, ser más pasional. No dejarlas ir. Hacerles panchos si se van sin mí, si se vislumbra la posibilidad de que se me alejen.

¿Será cierto, todo esto?

Y es que a mí nada me violenta. Odio la violencia. Tengo que decir que prefiero la tristeza.

Triste caso.

Monday, August 11, 2008

Debo Aprender

Debo aprender a amar al otro. Debo quererme yo también. Fijarme en el otro, escuchar todo lo que me dice y no distraerme en cuanto habla con lo que a mí se me va ocurriendo. Sobre todo si el otro es una mujer que me interesa y a la que puedo besar (especialmente si sigo escuchando).

Debo dejar de desear a todas las mujeres del mundo si estoy, aunque sea temporalmente, con una.

Debo dejar de pensar que les gusto tanto. Nunca resulta ser cierto. Debo dejar de estar pendiente de todo lo que hago, todo lo que digo, todo lo que sin duda debe de estar seduciéndolas incansablemente mientras me desenvuelvo frente a ellas. Debo de enamorarme de ellas, no de mí con ellas, ni de su reacción hacia mí.

Nunca debo de esperar sexo. Eso no le hace bien a nadie. Es como si ellas esperaran que cada que nos vemos las abrazáramos, les dijeramos que las queremos y les cambiáramos los focos de su casa. No se puede esperar siempre. Punto.

Por lo demás. debo aprender que estar solo, varios momentos del día o varios días de a semana, no está mal ni es un pecado, una tragedia o una tristeza. Comer solo no es miserable: debo aprender a no buscar compañía por la compañía en sí, sino a buscar a las personas que me gustaría ver y hacer con ellas lo que me gustaría hacer con ellas.

Debo evitar, entonces, el fundirme con el otro, el darles la voz cantante, el entender mi tiempo como sacrificable, a cambio de no estar solo.

Debería de aprender a amar hacer algo. Algo que realmente me guste y me entretenga y me haga sentir útil a mí y al tiempo que le dedico. Como cuando escribía y tenía proyectos. No me debo de abandonar a la desazón.

Debo de saber que valgo, aunque sea solo. Aunque no sea tan fascinante como creo.

(paréntesis: subo a un clóset olvidado, a un cajón olvidado. Ahí hay un album escondido, y veo que alguna vez no fui así. Alguna vez no fue así. Pero no pudo quedarse. Lloraba.)

Debo aprender a dejar de esperar señales todo el tiempo; aliados del azar que me digan que estoy haciendo lo correcto. Eso me distrae mucho, también.

De igual modo, debo aprender a no creer en lo que me dicen todos, a no necesitar sus opiniones, a no tomarlas por encima de la mía, ni tampoco por debajo en forma de cimientos. El cimiento debe ser yo y el otro; ella y yo, nosotros, nunca más ellos, nunca más.

Ah y al mismo tiempo, debo aprender a no despreciar a sus amigos y a los míos, ni a mi familia ni a la suya. Debo de darme cuenta que ni yo soy mis amigos ni ella es su familia ni sus amigos tampoco. Sería bueno que ya no pensar tanto –de verdad, lo hago mucho- en cómo sería tratar con su familia toda la vida. Eso también me distrae. Debería dejar de proyectar. Tampoco nunca me ha servido de nada.

Debería de entender por qué me vuelvo tan aburrido; por qué si en los primeros meses soy todo actividades y viajes y arriesgues, por qué me convierto en abuelito después y ya sólo quiero que vengan a mi casa. Por qué no me gusta salir de mi casa.

Debo de quitarme esta imagen de hombre solo, que me persigue y cada vez más me acerco a alcanzar.

Saturday, August 9, 2008

Y nunca fuimos al Fritz

Está claro que los seres humanos nos relacionamos con el tiempo de manera diferente de acuerdo a nuestra edad.

Para los recién nacidos no existe el tiempo.

Para los niños, esperar 5 minutos es una tortura eterna.

Para los adolescentes, la universidad es un larguísimo puente que lleva a un lugar completamente incomprendido.

Para los adultos, por lo menos yo, el pasado se empieza a valorar más que el futuro. Pero una hora es una hora, y 5 minutos, 5 minutos.

Los ancianos vuelven a disfrutar de las más pequeñas cosas, y al mismo tiempo, sus décadas son tan sólo instantes.

Tal vez cuando esta paradoja llega al límite, es que se contempla la eternidad.

Se muere entonces.