Thursday, April 18, 2013

Where Are We Now


Pasó. Cumplí 40 años; celebré poco, unos amigos, un restaurant, raciones españolizadas, buenos tragos.  Luego casa, bocinas, música. Y no me sentí realmente bien hasta mucho después. Prometí una fiesta que no hice; luego salí unos días en una especie de viaje.  Cuando pasó fue como mes y medio después. Era un domingo, que hicimos unas costillas de cerdo en el asador, con salsa dulce de tomate y melaza, lo que los gringos llaman barbacoa; eso hicimos, mi mujer y yo ese domingo, y ella invitó a un amigo suyo y se metió el sol y yo escuchaba Where are we now de David Bowie, y ví una hamaca en la terraza y plantas y flores; y me sentí bien comido y bien bebido y acompañado y me sentí bien y me sentí también feliz, me tomé una foto, llegué a los 40, un poco tarde, pero llegué relativamente sano y salvo.

Desde entonces cambió mi ánimo, ha mejorado y estoy bien casi cada momento. No me importa mucho el considerar que mi vida no llegó a buen puerto o no tuvo un buen propósito; que no escriba bien y que no sea un artista y que tampoco sea importante en nada. Estoy disfrutando el poder disfrutar los momentos, el poder disfrutar buenas comidas y buenos tragos, es lo que me toca vivir, no más que eso, no menos.

Mi casa es bonita y con mi mujer están bien las cosas, también. Cuando ríe y canta yo rio y canto por dentro, sé que cada tanto habrá tormenta y ni modo, tampoco soy buen capitán y me marea el oleaje, pero paso y pasaré pensando y anhelando los tiempos en que el canto y las risas vuelvan, hasta ahora lo han hecho. Eso también es cierto y es parte fundamental de mi vida ahora, de mis cuarenta años.

No soy mucho más, ni para bien ni para mal; ví a mi madre un día y comimos juntos y más o menos acepté lo que me toca, tener esa madre aislada e incompetente para enfrentar mi realidad, una madre de a poquito, de a veces, pues por ella por ella querría todo y eso es imposible.

Mi computadora, mis ideas, mi escribir así como lo estoy haciendo ahora, sin parar, sin hacer ruido, sin esperar a las teclas ni siendo esperado por ellas; sin error, sin pausa; todo eso es cada vez más raro y sobre todo le veo cada vez menos sentido. No porque no me sirva sino porque me parece cada vez más irrelevante, sin interés, sin peculiaridad alguna. En esto acompaño a mi padre, quizás, yo sé que están por ahí cuadernos enteros escritos con sus pensamientos y pesares, mas yo de grande ya nunca lo ví escribir, supongo que lo dejó, se cansó, se dio cuenta que a nadie le interesaba, ni siquiera a él mismo. Algo similar me pasa, o quizá no es copia de destino sino destino propio o inventado mio, no copiado, aunque tampoco tengo muchas dudas que así es la vida, como le pasó a mi tio, que quiso ser pintor y dejó todo para intenarlo y un día se cansó y contempló y aceptó su calma y su silencio, así lo he hecho yo; he aceptado mi calma y mi silencio, no estoy hecho para aguantar la angustia del que tiene que decir algo.

Y si tenía algo que decir lo he olvidado.

¿Que si siento mi vida vacia? Un poco, sí; mas no por falta de contenido, no es eso, sino porque la vida es vacía. O no por eso: porque no me atreví y no me atrevo, me faltó desmesura, nunca la he tenido o la tuve sólo una vez, a los 17 años, mientras mi padre se moría y yo moría por poder decirle cosas, y hacía cosas con desmesura para poder contarle algo.

Sigo yendo al análisis, no con miras de curarme ni de terminar terapia, es una simple administración del desconsuleo, control de daños,  administración y regulación de la insatisfacción, manejo responsable de las frustraciones. Al grado que las siento menores o las mismas pero con menor peso, no puedo decir que sea un hombre feliz pero infeliz tampoco; muy al contrario. Vivo bien y lo disfruto, mis intereses son muy pocos, casi todos copiados, pero los que son más genuinos están ahí para mí; me los doy y procuro, no los busco, todo me pasa y de quien conozco agarro algo, y estoy rodeado de ellos pues me he rodeado, tengo bocinas en mi sala, en mi estudio, en mi mochila y en mi cuarto, me gusta la música clásica y voy a ir a Nueva York –que creo que odio, quizá ese odio también es copiado, o cuando menos aprendido- este mayo.

Ayer compré una silla, estoy en ella ahora, recuerdo cuando a los 25 sentí que la felicidad era una silla de playa y una lámpara amarilla, no he cambiado tanto, ahora la felicidad está en este proyecto de estudio, en este escritorio y en el par de bocinas muy buenas que puse frente a mi escritorio, ya mi mujer las movió de lugar pero es muy fácil ponerlas donde las quiero cuando quiera escucharlas, me quitará minutos pero puedo hacerlo. Mi vida no es nada ahora, no es una lámpara amarilla ni una silla de playa; tampoco este escritorio y estas bocinas, o beber un buen trago con ellas o escribir algo que parezca tener algún sentido –otro sentimiento copiado-. Mi vida no es eso y por eso digo que no es nada; no es especialmente fuerte mi llamada al trabajo, mi vocación laboral, es casi nula, no encuentro aún algo que me haga levantar con emoción por las mañanas, algo que sea un proyecto proyectable, es decir, que me parezca que en verdad va a realizarse. Sólo creo en los comerciales y en su infinita capacidad de ser muy malos, y veo con asombro cuando mi jefe tiene algo que decir con ellos y gana así los trabajos y con ello nosotros los salarios.

Dicen que tengo dinero; que una parte de las utilidades de la empresa son mías, con eso quiero comprar Bien Raíz, poner a trabajar ese dinero y con ello hacer dinero, creo que es esa mi verdadera vocación , eso he estado pensando estos meses desde que volví de Vallarta a donde fui a filmar y en donde recordé mi adolescente deseo de algún día tener un barco, un yatecito de esos que un día llegaron a la recién abierta Marina; esos yates que llegaron a mecerse ante mis ojos como si hubieran estado ahí siempre, como si ese mar que era mío les perteneciera más a ellos por venir de lejos y tener estilo y costar dinero y tener banderas y nombres en inglés, y por ser inasibles.

Este viaje a Vallarta que acabo de hacer, fue de trabajo, y fue también muy importante, como que me reencontré a mi mismo, no sólo en ese añejo deseo puramente monetario, también en cierto orgullo de encontrar todo tan bello, de que todo lo que fue mio o de lo que fui parte, o mejor dicho, que todo eso que es parte de mí, fuera tan aplaudido y aprobado por todos los que conmigo fueron, que se cerrara el círculo, que dijeran, así que tú eres de aquí, así que es esto lo que eres, mira que está bonito, mira que lo aprobamos, mira que gracias por compartirlo con nosotros, y entonces, y sólo entonces, fui algo.

Tampoco este cumpleaños me regalé lo que me tengo prometido desde los 25 o 30 años, una edición completa de las Mil y una Noches, ese Universo al que de niño mi padre hizo asomarme; ya no sé si es deseo mio, tampoco, y no me animé a pagarlo; no me gusta en realidad ninguna de las ediciones que conozco, quisiera otra, más bonita, más especial y más completa y más árabe.

Quizá cuando tenga yate, quizá cuando tenga 50, quizá dentro de 10 años. Corrijo: quizá dentro de nueve años y unos doscientos y tantos días. No falta tanto.