Saturday, August 17, 2019

Sobre la mediana edad:



Uno siente, en primera, que es mortal.

Uno tiene la duda de si realmente las cosas van a poder seguir mejorando –pues lo han hecho, hasta ahora- o si en adelante todo será en picada, como parece sugerir la más sencilla de las evidencias: los demás.
           
 En el caso de que la evidencia, es decir, los demás, muestren señas de lo contrario, si a los demás les va bien, y especialmente, a los cercanos, si mejoran su estilo de vida, si triunfan y son reconocidos, se siente entonces un muy distinto set de cosas; coraje, envidia, resentimiento, y un poquito de muerte que se adueña de uno por esa vía. Cada vez que uno de mis amigos triunfa muero un poco, eso decía mi papá, lo habré aprendido de él, o es innato. 

Uno siente con gran pesar que el sexo, ese gran sexo que uno tuvo a los veinte, treinta años, no volverá más. Ese es un dolor muy fuerte y verdadero. Uno ya nunca sentirá la seguridad para poder brindarse al otro como un regalo, ya más bien lo que hará será aceptar su compasión, si es que se llega a dar de nuevo alguna vez, así de duro es el cambio, así de triste.

Uno empieza a ahorrar para el futuro, pues se hace evidente que el futuro no proveerá solo, y que no habrá muchos alrededor para ayudar. Uno se enamora de algún número, de un número en la cuenta de banco al que aspira, o si ya lo tiene uno sólo quiera que suba, nunca que baje, cueste lo que cueste, tenga que comer lo que tenga que comer. Uno empieza a ahorrar para el futuro con la terrible angustia de no haber gozado de lo ahorrado en caso de morir prematuramente. ¿Y cuál es una muerte prematura? Absolutamente todas. Por lo menos las mías, todas las que me imagino, y son muchas.

Uno empieza a ver cómo los hijos de los otros, esos anexos que venían con los amigos envueltos en telas, guardados en bolsas, acarreados en carritos, de pronto y súbitamente tienen una vida, tocan instrumentos musicales, ganan premios en concursos, se atreven a opinar. Nuevas personas alrededor de nosotros. Uno ve cómo las mascotas van muriendo.

Uno se hace de un hobby o actividad paralela, actividad en la cual no se gana sino más bien se gasta, tiempo y dinero, a cambio de distracción, a cambio de dejar de pensar por un momento en todo lo anterior. El tipo de aficiones es infinito, un libro que estoy leyendo es sobre un hombre que decidió dejar de trabajar y durante 10 años estuvo observando a los halcones peregrinos de su comarca y con ello escribió un libro que lo volvió inmortal. La heroína de esta historia, creo que es general la opinión, es la esposa, quien lo soportó esos y más años, sucedió en los sesenta, en Inglaterra. No me cabe duda que ese autor ahora inmortal cuando se puso a seguir a los halcones se encontraba entrando, de bruces, en la mediana edad.

Y uno se llena, ay, de manías. En la mediana edad uno ya ha probado repetidamente muchas cosas, muchos modos de las cosas, y sabe cuáles o cómo es que a uno le gustan. Así que el café, por decir algo, por decir cualquier cosa, tiene que ser de algún modo. El orden de los cubiertos, el sonido de las habitaciones, la rutina de los días. El diluído pasar de las semanas. Todo tiene un cómo y un porqué, y cada intento de que sea distinto no causa mas que desagrado y fobia.
                                                                                            
El que sea así, y no de otro modo, genera repetición infinita, seguridad, aburrición y hastio.

Uno se deprime, en la edad mediana.

Y sin embargo, en pos del alargamiento de la vida, la salud se vuelve el tema principal de las reflexiones, y no se diga la comida, que se llena de condicionantes. ¿Y para qué, me pregunto yo, quiere uno alargar en todo lo posible la vida, si todo va en picada y será imposible ganar dinero suficiente para mantenernos a los 101 años? ¿Para qué, si en la edad mediana ya está uno aburrido? Esas interrogantes me vuelan el cerebro, mientras almuerzo mi tofu orgánico.

Así pues, en la edad mediana crecen nuestras ansias de control, de controlarlo todo en nuestras vidas. La ira, esa vieja compañera que conocimos de muy niños, y que poco a poco amainamos para que no figurase en nuestro día a día, vuelve a aflorar con más libertad, con más aplomo, sin importarle casi nada, cuando se dan las circunstancias.  

Habrá quien me diga que los hijos son lo que da el sentido a la vida, y puede ser que uno esté de acuerdo, aunque más bien creo que los hijos lo que hacen es distraer de estos procesos. El otro día ví a 3 amigos de la edad mediana, todos con hijos, y a todos les pregunté, en su momento a cada uno y con toda honestidad, por el sentido de la vida. Dos de ellos no me dijeron cuál creen que sea, pero ambos contestaron, sin haberse puesto de acuerdo, “desde luego, no los hijos”. El tercero me contestó que los viniles.

Algunos, se enamoran. Caen en la trampa —creo yo que es una trampa— de enamorarse de la juventud, de empezar una aventura con una jovencita o jovencito que les alegre la vida. Más tarde o más temprano termina esa historia y la vida sigue su seguro viaje hacia la muerte. Una inyección de juventud normalmente sirve sólo para destruir todo alrededor de ambos, escribir en medio algunos poemas y hacer un par de buenos viajes, antes de que se reinstalen las manías, la seguridad, la aburrición y el hastio.

No sé cómo se sale de la crisis de la edad mediana. Lo que es un hecho es que se sale, de lo contrario no habría por allí tanto viejillo feliz, tanto abuelo satisfecho de sí mismo, tanto escritor publicado y tanto empresario contando sus millones. Alguna gracia tendrá la acumulación de cosas, de éxitos, de algo servirá el amor al número. Los que deciden salir de la carrera son pocos, o si no pocos son los menos, los que mueren de veras, los que enferman, los que asumen que perdieron. O quizás son muchos, son los más, no lo sé, no lo sé de veras, no sé en qué rango estoy, no hay cosa segura, la dicha y la desdicha acechan a la vuelta de cada esquina, parece, eso sí, que la desdicha tiene más sucursales, pero ya  no sé, como digo, en la mediana edad no estoy seguro de nada mas que de la muerte que llegará algún día, espero sea en mis términos y no en los de ella.



Wednesday, July 24, 2019

Carta de amor a un niño pequeño.



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Te tengo una mala noticia. Dentro de no mucho, y poco a poco, casi sin que te des cuenta, tu mundo se derrumbará y será sustituido por otro. Y decir tu mundo es decir tu percepción de él, que viene siendo la misma cosa. Lo único que permanecerá entre todo ello es tu cumpleaños, esa fecha en la que tú naciste en el mundo y por lo tanto, el mundo nació para ti. Esa fecha seguirá siendo siempre la misma y su repetición a lo largo de tu vida será lo único seguro junto con la muerte, que le sustituirá un día. Y celebrarlo será una de tus pocas alegrías: en esos días te permitirás de todo, en un intento vano de regresar al mundo que vives ahora, o al mundo que ahora percibes, que crees que vives.

Porque vas a dejar de ser un niño.

Pronto te darás cuenta que tus padres no son en realidad como crees que son. Es más, te darás cuenta que ni siquiera la forma en que son contigo es verdadera; todo este tiempo han estado fingiendo inocencia y alegría, pues estaban tratando con un niño. Pronto te revelarán la verdad: el mundo es despiadado, la vida misma es cruel, aunque tenga momentos de alegría, y estás solo.

La fantasía, ese hermoso sostén que tienes ahora, lo más probable es que te sirva de muy poco.
El amor, el arrope, la necesidad de que tus padres te cuiden, pronto será sustituido por algo llamado “dignidad”: por dignidad, no querrás que nadie te dé nada, deberás vértelas tú solo contra un mundo hostil, competitivo, en el que es muy difícil si quiera clasificar para la competencia: hay pocos lugares y muchos ya están repartidos.

La seguridad que sientes de que mañana tendrás lo mismo que hoy, es una de las muchas cosas que se irán esfumando en el camino. ¿Qué por qué los adultos son más serios? Porque siempre hay la posibilidad de perderlo todo. En un mal paso. En un infortunio. La dicha y la desdicha asechan siempre a la vuelta de la esquina: resulta que la desdicha tiene más sucursales.

¡Ah, y la muerte! La muerte llegará a tu vida y no se irá nunca. Los que mueran en tu mundo irán formando una compañía cada vez más numerosa y omnipresente. Sé que has visto morir a una mascota o algún pariente, sé que entiendes el concepto, que de una u otra forma superas la ausencia, que entiendes que ya no están. Pero los que se irán después son más cercanos. Será tu padre o tu madre tal vez. Un amigo de escuela, de tu salón, quizás tu mejor amigo. O simplemente tus abuelos, en el momento en que más sientes que los quieres o los necesitas, y ellos a ti. Y luego parientes de esos abuelos. Empezarán a variar las formas en que la muerte se llevará a los tuyos: primero, por viejos, luego gente de tu edad, amigos entrañables, en accidentes; llegará algún día un primer suicidio, luego simples muertes inesperadas, absurdas, súbitas y como todas, definitivas.

Llegarás a tener miedo, a preguntarte ¿quién va a seguir? ¿acaso seré yo? Y, no quiero asustarte, pero en ciertos momentos, muy peculiares, llegarás a desearlo. ¿Lo puedes creer? Entiendo que no. Eres un niño apenas. Esperemos que sea solo por momentos, sería lo normal.

Y,  ¡Todo esto que te han dicho todo el tiempo, de que eres capaz de hacer lo que te propongas, de que podrás se austronauta o presidente de la república! ¡Vaya embuste! Es verdad, algunas personas logran hacer lo que se proponen, algunas personas emergen de entre las otras para constituirse en grandes artistas, grandes empresarios, grandes políticos. Pero ¿has visto cuántos miles de millones de personas hay en el mundo, y cuántos de ellos son grandes… en lo que sea? ¡Una proporción bajísima! Las probabilidades, niño mio, no juegan a tu favor. Es necesaria una combinación de factores de todo tipo para que la grandeza suceda. No sólo es talento (que nadie sabe de dónde proviene) ni esfuerzo (muchas veces sirve; muchas otras, es en vano), o suerte. Buena suerte, esa sí, lo sabrás, supongo, aún en tu poca experiencia, es indispensable. Y tampoco nadie sabe de dónde proviene. Algunos dicen que es cuestión de actitud, otros dicen que es saber aprovechar las oportunidades que ahí están. He llegado a pensar que la suerte es inteligencia. Pero no, la vida me ha demostrado lo contrario. De lo que no tengo duda es que hay gente con buena y con mala suerte. Espero, hermoso niño, que seas de los primeros y la tengas buena, mas no te lo puedo, de ninguna manera, garantizar.

Así que estarás solo, como certeramente se dice: “A tu suerte”. Tu familia te dará apoyo, pero ¿cuánto? Solo el que sea capaz de dar. No más. Y llegará un día, además, en el que seas tú el que se encargará de ellos. ¿te das cuenta de la ironía? ¿De la broma macabra? Y tú que creías que estaban aquí para cuidarte! No, te trajeron para que tú los cuides en el futuro.

Los adultos estamos siempre angustiados porque podemos perderlo todo. Los adolescentes se llenan de ira, pues se van dando cuenta gradualmente de todo esto: del gran secreto que les guardamos a los niños, para cuando sean mayores.


Hay, es verdad, ciertos gozos que compensan un poco, como el sexo, el dinero, a veces el poder. Pero me entenderás bien si te digo que de esas compensaciones, como ahora de juguetes, nunca tendrás suficiente: toda la vida sentirás que te hacen falta.

Bienvenido. Trata de disfrutar.

Monday, April 15, 2019

Otro que se va


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Armando Escobedo era mi aliado en una compañía muy grande y rara que se llama El Mall y que se encuentra en un mall. Escobedo era el director general o Productor Ejecutivo en jefe; era quien conseguía trabajos y asignaba trabajos, a mí me asignó unos cuantos muy buenos y de ello he vivido en estos últimos años.

Era una persona muy bien hecha en el sentido laboral del término. Era un profesional que hacía las cosas bien y exigía que todos hicieran las cosas bien. A mi me gustaba esa exigencia: es francamente bonito que alguien espere y además exija lo mejor de ti.

Era un tipo raro, Escobedo, todos lo dicen de una forma o de otra, ahora que se fue. Tenía unos exabruptos de cólera que siempre me parecieron completamente fuera de lugar. Lo ví correr de su oficina a productores que trabajaban para él, por no tener la “actitud correcta” hacia el trabajo. Lo ví amenazar muchas veces con mandar un proyecto al carajo si no teníamos ganas de hacerlo. Eran muy impactantes esos arranques de ira, esos “shows”, que si lo eran, parecían genuinos y me incomodaron a mí y a todos los que los vivieron. Es triste que sea de las primeras cosas que me vienen a la mente, pero así es.

Era, además, muy hermético. Nunca revelaba toda la información de nada, siempre se reservaba algo, era como un deporte para él. Y siendo así, se reservaba a sí mismo; yo no sabía casi nada de él y cuando le preguntaba recibía muy poco de regreso. Vivía solo. Tenía una novia. Era su cumpleaños. Sus amigos de la infancia le habían organizado algo, muchas gracias. Le gustaba pescar, o al menos tenía una foto de él con un pez vela enorme en su oficina. Yo pensaba que veía a los proyectos como peces, y que estábamos siempre en la búsqueda de hacernos de uno grande y que alcanzara para todos.

Sin embargo la reputación del Mall no es buena y su lugar en la industria tampoco. No es una productora como las demás, que se forman por el talento y entusiasmo de directores y productores que son uno o se asocian y compiten con los demás. Es una productora nacida del capital, cuyos dueños son cuasi anónimos y que nació para tener una participación en el mercado de la publicidad, independientemente del talento de los que en ella laboren. Su razón de ser es generar ingresos para la empresa, no hacer buenos comerciales o buen reel.

A mí me funcionó perfecto pues yo tampoco tengo interés en un gran reel ni en la publicidad en sí misma. Acabo de dar una leída a este diario en el que escribo y en una parte más o menos antigua, de hará unos diez años, me pregunto por qué, si odio la publicidad y odio Santa Fé, me encontraba trabajando en una empresa de publicidad en Santa Fé. Pues bien, después de eso hice una empresa con un amigo, o participé al menos como asociado en su empresa; intentamos hacerla crecer pero mi aversión a la publicidad tiene su peso, nada me parece lo suficientemente importante y por unas u otras razones tanto mi amigo como yo terminamos por insertarnos a esta empresa que está en un mall o centro comercial. Aquí, ellos tenían ya clientes, el gobierno. Aquí solo habría que filmar bien, entregar comerciales correctos. A mí eso me viene muy bien. No tengo claras las razones, pero a mí nunca me ha gustado hacer tratos de dinero: Para mí es muy cómodo filmar comerciales de los que incluso ignoro el presupuesto. Yo filmo con lo que haya, de la mejor manera posible. Así es como llegué aquí y como forjé una buena amistad con Escobedo. Hicimos proyectos grandes y proyectos chicos, de los que yo desconocía el número final. Como si el dinero, en el fondo, no fuera mi problema. Lo cual, para mí, es justo como quisiera que fueran las cosas. Simplemente saber –o imaginar- dónde está el límite y hacer mi mejor esfuerzo hasta ese límite, y no más.

El caso es que se murió Escobedo. De forma absolutamente repentina. Un derrame cerebral fulminante, acaecido después de un cuágulo que se le fue de la pierna a los pulmones, que le trataron en el hospital: lo dieron de alta y horas después le explotó en el cerebro. Quisieron operarlo y lo hicieron, pero no evolucionó bien, tenía una anemia importante o algo así, el caso es que murió de un miércoles a un domingo. En medio de un proyecto mio que él había conseguido y peleado por que nos lo dieran, aunque fuera con poco dinero. Murió entre el callback y la junta de producción, así de rápido.

Hoy entrego ese comercial. La oficina de Escobedo ya está vacía y no sabemos si alguien vendrá en su lugar. De hecho yo no sé si seguir aquí. El haberme preguntado, hace 10 años, que qué hacía yo en Santa Fé, se repite y multiplica hoy día en múltiples direcciones ¿Qué hago aquí, haciendo comerciales para una empresa anónima, persiguiendo nada sino un pez evasivo y de tamaño incierto? Mi único aliado, con quien creía tener una relación especial (me consideraba uno de los pocos a quienes Escobedo apreciaba; me consideraba de los pocos que apreciaban a Escobedo, y consideraba a Escobedo como uno de los pocos que me sabían apreciar) ha dejado el horroroso agujero que dejan los que se mueren. El vacío absurdo y sordo, indiferente, mudo y tonto de los que se van. La huella en la arena que se llena de agua y se hace lodo, se revuelve sobre sí misma, y ya no está.

No me atrevo a decir que Escobedo fuera una figura paterna para mí, pero de alguna manera ocupó ese lugar que han ocupado todos mis jefes o personas masculinas con quienes he trabajado. Cada vez menos: quizás a Escobedo le tocó justo eso, dejar de ser figura paterna (en mi psique, estoy hablando) para convertirse solo en aliado, en productor, en amigo. Hubiera sido un buen amigo, si nos hubiésemos dado la oportunidad. Lo invité a mi casa y nunca se la hice buena. Lo invité a sesiones de póker y siempre fue con entusiasmo. Acabo de convocar a una en su nombre, a ver si me responden los invitados.

Esa fue mi última llamada con Escobedo, me marcó para decirme que había poco quórum para el pókar, que lo dejáramos para la siguiente semana.

No hubo semana siguiente para él.

¿Qué haré yo, con el resto de mis semanas?

Ciudad de México, a 15 días del mes de abril de 2019