Thursday, March 20, 2008

Delirio

Siempre me gustaron las mujeres mayores que yo, uno o dos años. Pensaba que, siendo mayor, cuando fuera un cuarentón interesante, ya andaría con jovencitas. Pero no fui consistente –nunca lo he sido- y en una jugada arriesgada, y según yo lógica, dediqué la primera mitad de mis treinta a andar, e incluso a intentar vivir, con mujeres bastante más jóvenes que yo: veinteañeras que vivían como si fuesen adolescentes, pues así se estila ahora. Al final no resultó, se aburrían o nos aburríamos, después de un tiempo, quizás yo de su entusiasmo y ellas de mi desilusión.

Así que volví a tratar con una mujer mayor que yo, justo antes de cumplir 35 años. Uno o dos años mayor que yo, significa 36 o 37. Me sentí increíblemente bien con ella; como antes, completamente a gusto y confortable, compartimos risas y desencanto. Pero era prácticamente una señora, una mujer de casi cuarenta, como con las que andaba mi papá, cuando vivía.

Ella también terminó conmigo –¿sería por joven?- y ahora lamento que, si me siguen gustando las mayores, y si logro al fin ser consistente, me habré perdido de las mujeres en sus treinta, que son quizá las mejores. Es curioso pensar, como un reproche, que a esas jovencitas les dediqué, sin darme cuenta, los mejores años de mi vida, o, por lo menos, los mejores años de la vida de otras mujeres que no conocí.


Y realmente ya no sé qué tan interesante pueda ser, cuando sea un cuarentón.

Tuesday, March 18, 2008

L H

Qué gusto leerte.

Pues sí, la fiesta fue un éxito, aunque yo perdí un poco el tiempo bailando con unas gorditas que ni conocía, pero me entró lo anfitrión, ni modo. Además estaba un poco ebrio y eufórico, así que habiendo hecho lo que hubiese hecho, lo habría olvidado. Fue una super producción, hubo cena y marimba y viejos amigos, como Bárbara, que estaban en la foto de la fiesta de los 25, faltaste tú. Aunque estuviste presente de muchos modos: en las fotos, primero, que expuse, y en unas flores, anónimas, que yo atribuyo a todo el amor que me ha rondado y que he dejado pasar, para mi desgracia y condena y también esperanza en el engañoso futuro que es cada vez más corto, si se piensa, y si no también.

¿Así que se me ve maduro? Lo dudo tanto. Lo que te puedo decir, en confidencia y después de dos mezcales con los que me encuentras, es que ni recuerdo qué estaría yo haciendo caminado un domingo en la condesa, y sobre todo, al leerte, confesar que me hiciste adicto a algo que no me ha vuelto a pasar, y es que me llamen Roberto Chellet, nadie lo ha hecho, me dicen chellet que es tan frío o roberto que es tan fresa, nadie entiende que un nombre con apellido es el mejor apodo que se puede tener, el más exacto apelativo. Pero bueno, hay que llamarse L H para entenderlo, quizás.

También te deseo felicidad, también paz, y a disfrutar estos últimos años de esto que se está yendo, y no lo digo como tragedia, es simple observación y es objetivo; hemos gozado lo que hemos gozado, hemos vivido; y lo haremos aún más, mas cada vez de forma diferente y cada vez menos y más solos.

Monday, March 10, 2008

Prueba no superada

El amor es frágil y más aún en sus inicios, es necesario no dudar, no voltear hacia atrás para ver si ella nos sigue –Orfeo y Eurídice-; no hablarle a la amada aunque nos hable –Flauta Mágica-, aunque ella sufra. Es necesario no dudar del amor para superar la prueba a la que el amor está siempre sometido. Está prohibido preguntar al amor de dónde vino –Lohengrin-, pues si se hace la pregunta el amado se convertirá otra vez en cisne y partirá de nuevo. Es posible abrir todas las puertas del palacio –Barba Azul-, excepto una, pues si la abre, la recién esposa encontrará los cadáveres de los amores antiguos de su hoy marido. El amor es frágil y lleno de acertijos y trampas dobles. Yo nunca paso esas pruebas, dudo siempre; volteo y abro y pregunto y miro, siempre fracaso, y mi amor se marchita solo cuando ellas parten, será que tengo mala suerte, o es que soy adicto a tener opciones.

Quizá el amor es eso: un asunto de no tener o renunciar a las opciones, tener la certeza del amor del otro, y la ilusión de no dudar. Aunque en el fondo se dude siempre, así sea sólo por saber, dentro del alma, que somos frágiles, como el amor, y que todo esto puede acabar en un instante, con la muerte propia o la del otro, o con una palabra, una mirada, y el paso malhadado, inevitable, hacia el pozo de la infinita tristeza.