Wednesday, August 16, 2017

Huele a Peligro



Mi padre murió cuando yo tenía 17 años, así que atesoro lo que recuerdo de él.  Muchos de sus hábitos -sobre todo alimenticios, muy buenos-, uno que otro consejo, y más nebulosamente, ciertas explicaciones sobre el mundo y su funcionamiento.

Algo que sin duda me enseñó fue la existencia de los otros.

Él se consideraba distinto de "la gente del fútbol y la de todo". Lo era, y nosotros con él. Nos quedábamos en el cine hasta que acabaran los créditos, por ejemplo. No usamos nunca cadenitas ni esclavas de oro ni joyería de ningún tipo, no idolatramos nunca los coches ni el dinero. Leíamos. Poníamos discos. Íbamos a museos. Nos trataba de explicar nuestra realidad con la cultura. Así éramos.

Los otros, los de los coches, los deportes, las medallas, la competencia, la violencia; los otros eran eso, otros, y eran parte del mundo y habría que lidiar con ello. Yo era amigo de Armando, un gordito muy simpático que tenía casa en Cuernavaca, rifle de diábolos, y esclava de oro en la muñeca. Lo que nos prohibió mi padre fue matar pajaritos, nunca nos compró un rifle ni videojuegos, es decir ni Pong ni Atari; jugábamos a la Oca y Serpientes y Escaleras, y ya más grandes, albures con la baraja y cubilete.

En fin, no quiero hacer ahora un recuento de mi infancia. Lo que quiero es señalar mi desasosiego al ver a Trump reaccionar a los sucesos racistas en Charlottesville, Virginia, como si estuviera bien y fuera normal y "las dos partes" tuvieran la culpa, no los racistas.

Nunca había sentido con tanta fuerza que son los otros los que están a cargo, los que tienen el poder, y que pueden cargarnos a todos, en su infinita ignorancia y barbárica estupidez.







Thursday, July 20, 2017

La doble vida del freelancer



Los freelance tenemos algo de esquizofrénicos. Vivimos una doble vida: la de cuando tenemos trabajo y la de cuando no.

Cuando tenemos trabajo no tenemos tiempo para casi nada más: La familia se ve renegada, no se puede contar con nosotros para cumpleaños ni bautizos; no se nos encuentra nunca y la fecha de entrega ideal para el proyecto en el que estamos es casi siempre "antier".

En eso somos respetables. Nos entregamos al objetivo  de nuestro empleador y lo volvemos nuestro: Hacer un buen logo, una campaña memorable, un anuncio entrañable que no se pierda en la nada. En ocasiones lo conseguimos.

Y luego viene la calma. Se termina el trabajo, viene el ocio y con él se asoma la depresión y la angustia. Las preguntas como "¿seré realmente bueno en lo que hago?" o "¿Es que en realidad sé hacer algo?" empiezan primero a asomar y luego a dominar el flujo entero de los pensamientos.

Disfrutamos el privilegio, eso sí, de ser dueños de nuestro tiempo. Podemos hacer ejercicio a deshoras, cuando los gimnasios, albercas y parques están vacíos o sólo hay personas retiradas como nosotros. Yo voy a un deportivo de de viejitos; mi contacto constante con la muerte en calidad de latente me ha hecho más y más reflexivo; más y más, digamos, viejito. Disfruto de ver los pájaros y las flores, los frutos de mi hortaliza, mis animales, el sol. Me congratulo cada día que mis articulaciones funcionan y sé que no durará mucho. Me preparo, en fin, para la muerte. Ese es otro tren de pensamiento que tenemos, cuando tenemos tiempo, los freelancers.

Para contrarrestarlos y tener un equilibrio, un balance en nuestra vida,  los freelancers nos hacemos de un as bajo la manga, una defensa incontestable ante los embates del ocio obligado: Se trata de El Proyecto.

El Proyecto es eso, un proyecto de gran obra, una noble manifestación de nuestras almas que algún día tendrá la forma suficiente para emerger en el mundo y presentarse a los demás tal cual es.

Mientras tanto, debemos cultivarlo. Debemos escribir, bocetear, tallerear, conceptualizar, previsualizar, afinar el proyecto. Debemos investigar, tomar notas, comparar, presentar, prevender, reclutar, delegar -si hay suerte-, evaluar, y entonces reafinar; volver a investigar, reconstruir, deconstruir, revisitar, reexplorar, repensar, reevaluar, bajar -esto es muy importante, bajar-, poner en blanco y negro -otra vez-, alucinar y volver a afinar, afinar sin fin las notas más delicadas, más sutiles, del proyecto. Entonces nos llaman. Hay trabajo y es pa' antier.