Sunday, June 30, 2013

Los Quiero Ver


Los quiero ver. Los quiero ver en un país donde las cosas no se detengan absolutamente por las fiestas del Santo en turno. Los quiero ver en un país donde haya que cederle el paso a los peatones; en los que no se pueda tirar comida en los parques; en los que no se pueda comer en los parques. Los quiero ver sin bocinas a todo volumen anunciando negocios decadentes; los quiero ver con sus perros fuera de las azoteas y los balcones, en un régimen de decibeles mínimamente civilizado. Un país en el que sea ilegal jalarle al excusado después de las 10 de la noche. Donde no se pueda bailar –ni siquiera mover los hombros- en los bares que no tengan licencia de centro nocturno. Los quiero ver en países educados donde la televisión trate de otra cosa que no sean ricos y pobres, también las películas. Los quiero ver en un país donde las señales indiquen realmente a dónde van las calles, y las calles sean cuadrículas y los número vayan en franco y escandaloso orden. Los quiero ver pagando impuestos, respetando a la autoridad, teniendo autoridad. Los quiero ver en un país donde la burocracia funcione, donde los sindicatos obliguen a merecer los puestos de trabajo. Un país donde no sólo el ingenio, sino sobre todo el mérito, premie a los ganadores y descarte a los medianos. Los quiero ver en un país donde los vías rápidas no sólo cuesten sino que aumenten su costo de acuerdo al tráfico.

Los quiero ver en un país en que las niñas cumplan quince años sin que nadie se entere; en un país con menos flores y en el que a los muertos se les dé por tales. Un país donde los pueblos no tengan nombre y apellido, uno católico y otro orgullosamente impronunciable. Un país donde no se permita estar borracho en la calle ni en las plazas ni por supuesto beber en ellas, o para el caso, en países donde la cerveza cueste lo mismo que los whiskys y también cuesten el triple los cigarros. Donde no haya subsidios a los pagos de luz, de gas, de agua; donde el precio de la gasolina lo dicte el mercado. Donde las infracciones a la ley sean de temer; donde no se pueda robar nada. Los quiero ver en un país donde la justicia se respete y vayan a la cárcel los culpables. Los quiero ver en un país donde los maten.

Pero sobre todo los quiero ver en un país sin barbacoa, y me refiero a borrego hecho bajo la tierra sobre piedras calientes durante la noche, que lo demás no es barbacoa; o sin huevos rancheros o sin machaca. En un país sin enchiladas verdes ó rojas y  menudo ó pozole,  para desayunar, cualquier día; un país sin chilaquiles y sin chiles en nogada, es más, un país sin chiles, ni cuaresmeño ni serrano ni poblano ni habanero; sin chiltepín, sin morita, sin guajillo, sin chipotle y poblano. Un país donde el desayuno para crudos (habrá pocos, y se dirá más bien, con resaca)  sean unos huevos poché ahogados en salsa blanca. Imaginarme un país sin caldo de mariscos picante, sin salsas infinitas y sin limones verdes,  es más, sin frutas de temporada todas las temporadas, me da escalofríos y me provoca temblores. Un país así para mí no vale mucho, y por eso no me he ido, ni pienso irme, ni digo que quiero irme, aunque secretamente quiera hacerlo y no me atreva.



Reporta el CIDE, Junio 2013: El 42% de los Mexicanos se iría de México, si pudiera.

Wednesday, June 19, 2013

Corrupto


Últimamente he tenido problemas para conseguir efectivo. Mi tarjeta de un banco no es leída por los otros; en el supermercado ha resultado ilegible. Tengo que ir una sucursal conocida donde un cajero automático conocido sí me da dinero sin más trámite.

Pero el fin de semana se me complicó, por lo que llegó el domingo y me agarró sin un quinto. Teníamos planeado ir -por vez primera, juntos- mi mujer y yo a la Sinfónica de la Unam. Yo recordaba haber ido más de una vez a la Sala Nezahualcóyotl para encontrar "agotado" el evento. Así que hice lo posible por llegar con cierto tiempo -logré 20 minutos, me estacioné en lugar prohibido pues no traía efectivo para el estacionamiento- para comprar los boletos.

Lo primero que encontré fueron letreros que decían "Para pagar con tarjeta favor de presentarse una hora antes del evento". Hice la cola, nervioso. La señorita de la taquilla me dijo dio a entender que "me haría el favor" de intentar cobrarme con tarjeta, pero que no me aseguraba nada, porque el sistema había estado fallando "desde el temblor" (Ahora que lo pienso, el temblor había sido esa madrugada).

Me cayó bien; le pedí que le echara buenas vibras y hasta hizo el gesto con su mano de arrojar polvos mágicos al monitor. Miré nervioso cómo ella clickeaba y miraba en su pantalla; esperé. "Sí salió" me dijo, y me dio a firmar mi papelito. Lo hice, aliviado. Los polvos mágicos habían funcionado.

Al entregarme mis boletos me dijo algo, y hasta creo que me tomó la mano. Me agaché un poco para escucharla mejor a través de la rendija del vidrio de la taquilla. "Para que ahorre", repitió, y entonces noté que junto a los boletos me estaba entregando un billete de doscientos pesos, y que los boletos que me daba tenían un costo impreso de $0.00

En ese momento le dí las gracias. ¿Qué podía yo hacer? No sólo había logrado comprar boletos con tarjeta sino que había solucionado mi problema de efectivo. Camino a la entrada ví que los boletos ni siquiera eran los dos para esa fecha, uno era para ese día y el otro para otra cosa, varios días después.

Eso me puso nervioso. "A ver si entramos", pensé. Pero por supuesto que en el acceso ni siquiera voltearon a mirar los boletos. Mi desazón creció, y me dí cuenta que había sido partícipe -¿involuntario? habría que verlo- en un complejo sistema de corrupción que me agrió el alma. Yo había estado dispuesto a pagar mis casi quinientos pesos por dos boletos para un buen concierto sinfónico. Son más de 50 músicos, que se han preparado toda su vida para tocar ese día. Mínimo que les toquen 10 pesos a cada uno, pienso yo. Pero esos músicos ni siquiera tendrán modo de saber jamás cuánta gente en realidad quiso ir a escucharlos.

Así pues, resulta que el sistema de taquilla está secuestrado por unos burócratas que crean una falsa necesidad, una falsa restricción (presentarse una hora antes para pagar con tarjeta), con la cual amagan a los consumidores haciéndolos sentirse aliviados de conseguir boletos, en los términos que sean. Venden los boletos que quieren de las fechas que quieren. No me sorprende que todos los eventos estén fácilmente "agotados". Ahora entiendo las largas filas de asientos vacías. No sólo eso, ahora entiendo  la falta de crecimiento en todas las áreas de nuestra cultura.

Me apena y duele profundamente que esté pasando algo así con nuestras artes. No sé de cierto dónde más pase algo así, pero en Bellas Artes, y hasta en los toros, los boletos se "agotan" y los asientos están vacíos. En nuestro país, se sabe y se dice que el arte "no es negocio" y quien quiera hacerlo tiene que pensar en "morirse de hambre", o hacer las cosas por amor y nada más. Con razón tenemos arte tan séntido, y tan pobre.

Con todo y que la taquillera me cayó bien, habría que correrlos a todos y empezar de nuevo.

O echarles polvos mágicos y ver en qué cosa se convierten.

Como en los cuentos.











El Tuit y el Arquetipo -Para mi tía Maria Eugenia Chellet-


Esta mañana caí en cuenta de que el éxito de Twitter no es debido solamente a su utilidad práctica.

Leer los breves mensajes de la gente es algo útil y divertido, pero hay algo esencial, con lo que sus creadores dieron en el clavo.

Mientras tomaba un café intentando despertar, veía un video oriental, de esos de coreografía hindú sobre la diosa Kali -que es por cierto interesantísima; diosa oscura, de la destrucción, sí, pero destrucción de la mentira y del autoengaño, de los demonios propios, observadora con ojos fijos de la realidad- y entre danza y danza se topa la protagonista con un pavorreal, al que empieza a seguir como un designio. Más tarde, mientras me bañaba intentando lo mismo, un pájaro se acercó a mi ventana; recordé cuando hace años pensé que en un pájaro algo me quería decir mi padre. Creo que no tengo que agregar mucho más; a Sigfrido lo guía un pájaro en el bosque, una vez que empieza a entenderlo por haber probado de la sangre del dragón recién abatido. Tras un líder abatido por el cáncer, la política venezolana también confió en un pájaro, chiquitico por más señas.

En fin, que me dí cuenta que las súbitas apariciones de pájaros, la inesperada presencia y fijeza de lo que tiene libertad para volar, la súbita potencia de asir lo inasible, despierta un mecanismo propio de confirmación de decisiones. Es un designio por sí mismo de lo que uno ya sospecha, ya desea o ya sabe que va a hacer y sólo espera una mínima confirmación de parte de alguien o de algo.

También está la cuestión del chisme y del rumor, que complementan la historia, pero su aparición en la pantalla, sea cual sea la información que traiga, se convierte en el "me lo dijo un pajarito," dicho que existe en varias lenguas, supongo tantas como habrá mitologías de pájaros designiosos.

En fin, lo que quiero explicar es el origen arquetípico de ese gozo profundo de mirar a un lado -de la pantalla- y ver una aparición que nos dice algo que ya sabíamos, o que ignorábamos, pero que esperábamos sin esperarlo. La sensación de que la vasta e inabarcable web se concreta, se hace tangible para decirnos algo. ¿No es eso cada tuit?




Thursday, April 18, 2013

Where Are We Now


Pasó. Cumplí 40 años; celebré poco, unos amigos, un restaurant, raciones españolizadas, buenos tragos.  Luego casa, bocinas, música. Y no me sentí realmente bien hasta mucho después. Prometí una fiesta que no hice; luego salí unos días en una especie de viaje.  Cuando pasó fue como mes y medio después. Era un domingo, que hicimos unas costillas de cerdo en el asador, con salsa dulce de tomate y melaza, lo que los gringos llaman barbacoa; eso hicimos, mi mujer y yo ese domingo, y ella invitó a un amigo suyo y se metió el sol y yo escuchaba Where are we now de David Bowie, y ví una hamaca en la terraza y plantas y flores; y me sentí bien comido y bien bebido y acompañado y me sentí bien y me sentí también feliz, me tomé una foto, llegué a los 40, un poco tarde, pero llegué relativamente sano y salvo.

Desde entonces cambió mi ánimo, ha mejorado y estoy bien casi cada momento. No me importa mucho el considerar que mi vida no llegó a buen puerto o no tuvo un buen propósito; que no escriba bien y que no sea un artista y que tampoco sea importante en nada. Estoy disfrutando el poder disfrutar los momentos, el poder disfrutar buenas comidas y buenos tragos, es lo que me toca vivir, no más que eso, no menos.

Mi casa es bonita y con mi mujer están bien las cosas, también. Cuando ríe y canta yo rio y canto por dentro, sé que cada tanto habrá tormenta y ni modo, tampoco soy buen capitán y me marea el oleaje, pero paso y pasaré pensando y anhelando los tiempos en que el canto y las risas vuelvan, hasta ahora lo han hecho. Eso también es cierto y es parte fundamental de mi vida ahora, de mis cuarenta años.

No soy mucho más, ni para bien ni para mal; ví a mi madre un día y comimos juntos y más o menos acepté lo que me toca, tener esa madre aislada e incompetente para enfrentar mi realidad, una madre de a poquito, de a veces, pues por ella por ella querría todo y eso es imposible.

Mi computadora, mis ideas, mi escribir así como lo estoy haciendo ahora, sin parar, sin hacer ruido, sin esperar a las teclas ni siendo esperado por ellas; sin error, sin pausa; todo eso es cada vez más raro y sobre todo le veo cada vez menos sentido. No porque no me sirva sino porque me parece cada vez más irrelevante, sin interés, sin peculiaridad alguna. En esto acompaño a mi padre, quizás, yo sé que están por ahí cuadernos enteros escritos con sus pensamientos y pesares, mas yo de grande ya nunca lo ví escribir, supongo que lo dejó, se cansó, se dio cuenta que a nadie le interesaba, ni siquiera a él mismo. Algo similar me pasa, o quizá no es copia de destino sino destino propio o inventado mio, no copiado, aunque tampoco tengo muchas dudas que así es la vida, como le pasó a mi tio, que quiso ser pintor y dejó todo para intenarlo y un día se cansó y contempló y aceptó su calma y su silencio, así lo he hecho yo; he aceptado mi calma y mi silencio, no estoy hecho para aguantar la angustia del que tiene que decir algo.

Y si tenía algo que decir lo he olvidado.

¿Que si siento mi vida vacia? Un poco, sí; mas no por falta de contenido, no es eso, sino porque la vida es vacía. O no por eso: porque no me atreví y no me atrevo, me faltó desmesura, nunca la he tenido o la tuve sólo una vez, a los 17 años, mientras mi padre se moría y yo moría por poder decirle cosas, y hacía cosas con desmesura para poder contarle algo.

Sigo yendo al análisis, no con miras de curarme ni de terminar terapia, es una simple administración del desconsuleo, control de daños,  administración y regulación de la insatisfacción, manejo responsable de las frustraciones. Al grado que las siento menores o las mismas pero con menor peso, no puedo decir que sea un hombre feliz pero infeliz tampoco; muy al contrario. Vivo bien y lo disfruto, mis intereses son muy pocos, casi todos copiados, pero los que son más genuinos están ahí para mí; me los doy y procuro, no los busco, todo me pasa y de quien conozco agarro algo, y estoy rodeado de ellos pues me he rodeado, tengo bocinas en mi sala, en mi estudio, en mi mochila y en mi cuarto, me gusta la música clásica y voy a ir a Nueva York –que creo que odio, quizá ese odio también es copiado, o cuando menos aprendido- este mayo.

Ayer compré una silla, estoy en ella ahora, recuerdo cuando a los 25 sentí que la felicidad era una silla de playa y una lámpara amarilla, no he cambiado tanto, ahora la felicidad está en este proyecto de estudio, en este escritorio y en el par de bocinas muy buenas que puse frente a mi escritorio, ya mi mujer las movió de lugar pero es muy fácil ponerlas donde las quiero cuando quiera escucharlas, me quitará minutos pero puedo hacerlo. Mi vida no es nada ahora, no es una lámpara amarilla ni una silla de playa; tampoco este escritorio y estas bocinas, o beber un buen trago con ellas o escribir algo que parezca tener algún sentido –otro sentimiento copiado-. Mi vida no es eso y por eso digo que no es nada; no es especialmente fuerte mi llamada al trabajo, mi vocación laboral, es casi nula, no encuentro aún algo que me haga levantar con emoción por las mañanas, algo que sea un proyecto proyectable, es decir, que me parezca que en verdad va a realizarse. Sólo creo en los comerciales y en su infinita capacidad de ser muy malos, y veo con asombro cuando mi jefe tiene algo que decir con ellos y gana así los trabajos y con ello nosotros los salarios.

Dicen que tengo dinero; que una parte de las utilidades de la empresa son mías, con eso quiero comprar Bien Raíz, poner a trabajar ese dinero y con ello hacer dinero, creo que es esa mi verdadera vocación , eso he estado pensando estos meses desde que volví de Vallarta a donde fui a filmar y en donde recordé mi adolescente deseo de algún día tener un barco, un yatecito de esos que un día llegaron a la recién abierta Marina; esos yates que llegaron a mecerse ante mis ojos como si hubieran estado ahí siempre, como si ese mar que era mío les perteneciera más a ellos por venir de lejos y tener estilo y costar dinero y tener banderas y nombres en inglés, y por ser inasibles.

Este viaje a Vallarta que acabo de hacer, fue de trabajo, y fue también muy importante, como que me reencontré a mi mismo, no sólo en ese añejo deseo puramente monetario, también en cierto orgullo de encontrar todo tan bello, de que todo lo que fue mio o de lo que fui parte, o mejor dicho, que todo eso que es parte de mí, fuera tan aplaudido y aprobado por todos los que conmigo fueron, que se cerrara el círculo, que dijeran, así que tú eres de aquí, así que es esto lo que eres, mira que está bonito, mira que lo aprobamos, mira que gracias por compartirlo con nosotros, y entonces, y sólo entonces, fui algo.

Tampoco este cumpleaños me regalé lo que me tengo prometido desde los 25 o 30 años, una edición completa de las Mil y una Noches, ese Universo al que de niño mi padre hizo asomarme; ya no sé si es deseo mio, tampoco, y no me animé a pagarlo; no me gusta en realidad ninguna de las ediciones que conozco, quisiera otra, más bonita, más especial y más completa y más árabe.

Quizá cuando tenga yate, quizá cuando tenga 50, quizá dentro de 10 años. Corrijo: quizá dentro de nueve años y unos doscientos y tantos días. No falta tanto.

Monday, January 14, 2013

Final de año (JLB)


Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

Jorge Luis Borges
Fervor de Buenos Aires (1923)