Wednesday, May 6, 2009

Un país de Bárbaros o "¿Qué, soy yo el único que oye?

Diario de la emergencia - partes finales.


Así que enfilamos a Vallarta, pensando que bien podríamos dedicar los días de ocio forzado a algo más provechoso, como viene siendo el ocio cuando es placentero.


Pero nunca había sentido un Vallarta tan hostil.

No por la ausencia de bares, no por la hora temprana de cierre en los restaurantes. Que todo esto era inédito y es lo que debiera formar parte de esta crónica, pero a lo que voy, lo supera:

Es increíble la cantidad de ruido. En todos lados, a todos los niveles.

La gente habla a gritos. Los antros compiten sus músicas. Los barcos compiten con los antros. Echan cohetes estridentes, a diario. Y otros los imitan y echan los propios. Los Voladores de Papantla tocan su flautita y tamborilean cada media hora. Los vecinos, ya encarrerados en la competencia, ponen bocinas de karaoke y cantan desde su azotea para que todo Vallarta los oiga. Son ellos, es su terraza, no es fiesta, no es cumpleaños, pero ponen hacia Vallarta sus bocinas y cantan karaoke un par de horas antes de dormir. El reloj de la iglesia anuncia a campanadas el transcurso de cada hora, y además anuncia, ¿porqué no? el paso de cada periodo de quince minutos. Literalmente llegan barcos a fondearse frente al malecón y avientan hacia el pueblo música terrible a un volumen que se oye más fuerte que el karaoke del vecino, con todo y que está más lejos.

Es como vivir en Guantánamo, sometido a la tortura.

No me gustó Vallarta. Y no la pasé muy bien por estar preocupado de que todos fuéramos felices.


Ya no le diré a nadie donde me gusta.

Ojalá que ese lugar sí se quede como está.


Vano esfuerzo.

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