Thursday, May 28, 2009

¿Es que acaso soy el único? (III y última)

Sé que estás últimas entradas pueden parecer arrogantes; sé también que como bloguero dejo mucho que desear -dejar qué desear, qué buena noticia a fin de cuentas- pero no puedo evitar cerrar el capítulo acerca de aquello que veo y vivo y sé que otros no, o lo figuro.

Lo pensaba el otro día mientras tomaba una siesta en el camellón de Reforma. Un lugar fantástico, en el que los coches parecían callarse, el cielo ensancharse y el pasto esponjarse de tal modo que sólo una siesta le haría justicia cabal. ¿Por qué estaba solo allí? ¿Por qué nadie ve lo hermoso - y para el caso, lo cómodo- de los camellones arbolados? ¿Por qué nadie se toma la molestia - y el placer- de quedarse allí un rato, de tirarse al piso y contemplar?

Pensé entonces en la vida en el mundo, en esta agotadora sensación de competencia que lo permea todo. ¿Es que acaso no cuentan los días libres, los paseos entre las jacarandas, los atardeceres en mil playas distintas, los abrazos cálidos, las rocas, el avistamiento de las aves? Hay que saber moverse en cierto modo, para llegar a vivir esos momentos. Mi problema es que se me olvidan cuando pasaron, y mientras ocurren pienso que tiene mayor mérito el que en ese momento gana dinero o reconocimieto y fama. Y sé que suena cursi, pero ¿Acaso no es el disfrute de un buen lugar, de un buen momento, igual de valioso? ¿No es de esos instantes de los que en realidad se conforma la vida? Yo los procuro a diario. Lástima que con esa misma frecuencia los vaya olvidando.

Proseguí mi camino por Reforma y llegué al bosque de Chapultepec Continué hasta un lugar donde terminé mi tarde viendo garzas -sí, garzas blancas, de anchísimas alas, en el D.F.- volando y alimentando a sus crías en la copa de los sauces. El viento mecía la superficie del lago, ese lago de un verde incomparablemente defeño. Para mi sorpresa y mi descanso, la mirada podía vagar; del lago a los árboles, de los árboles a las aves, y el oído, escuchar algo.

Sólo una pareja de novios jovencitos, y otra de novios niños, escondidos tras las plantas, me hacían lejana compañía. El malecón construido alrededor del lago, como tantas otras cosas bellas de esta ciudad, para otras gentes y otros tiempos, lucía simple y sencillamente desierto.

Mientras caía el sol, caminé a casa.

No comments: