Thursday, February 19, 2009

The Wrestler - El Luchador

Causa un extraño placer el contemplar ruinas. Siendo la nostalgia y la melancolía inherentes a todo ser humano, uno tiende a fantasear con el pasado, para sopesar así, de alguna manera, el propio presente. Al ver las ruinas de otros, nos cuestionamos con alarma –o con alivio- el estado de avance de nuestra caída.

No pude evitar, al ver The Wrestler, pensar en que concuerda con una metáfora de nuestro país, de nuestro México jodido que intenta convencerse a sí mismo de estar bien y que sigue peleando luchas sangrientas con enemigos conocidos y poderosos; con la opción de arreglos previos, pero que episodio por episodio tienen la apariencia de ser reales y sin tregua ni cuartel. La barbarie orquestada, el dolor real.

No pude tampoco, como es lógico, evitar pensar en Mickey Rourke y en su propia vida, tan similar a la del personaje que encarna. ¿Qué le habrá compartido aquel otro gran ruinoso, Charles Bukowski, mientras filmaban juntos “Barfly” en el 87, y Rourke era, literalmente, el Galán de la Pantalla? ¿De qué manera lo sedujo al abismo, qué lo llevó a deformarse así?

Mucho se hablará de la actuación de Rourke en esta película – y es, en verdad, conmovedora- pero The Wrestler es más que eso. Mucho es mérito del guión; de los detalles que nos dan pistas acerca del personaje y su circunstancia, y de la sutileza y valentía en la realización. Realización sobria y arriesgada, aparentemente naturalista pero de una gran calidad estética. Con una cinematografía intachable, el director Aronofsky (Requiem por un Sueño, La Fuente) logra en cada escena una estampa americana, mientras explora el límite, basado en los detalles, de hasta dónde puede llegar el patetismo humano.

El personaje Randy The Ram-Rourke parece preguntarse, igual que el espectador, “¿Cuánto más puedo aguantar?” Y no se refiere a golpes en la arena de lucha. Los que duelen son los golpes afuera, como cuando el niño con el que que acostumbra jugar el viejo juego de video de luchas que protagonizó en los ochenta, le habla de los juegos modernos, en consolas diferentes, y se deja ganar y ni siquiera pide revancha. Igualmente lograda está su nostalgia por el hard rock de esas épocas, con los que tanto el personaje de Randy como el actor Rourke acompañaron siempre sus entradas al ring. “Esto era música, hasta que llegó ese marica de Cobain y estropeó todo”.

En este drama de pathos, testosterona y estampa americana, me resultan curiosos los fundamentales aportes de un dos personas : Uno, el guionista, que es escritor de comedia, en el periódico satírico “The Onion”. Y otro, el de una mujer francesa, Maryse Alberti, que está cargo de la cinefotografía.

Como última nota, es reconfortante el círculo que se cierra al pensar que esta película sobre la caída represente una especie de “resurrección” para el ruinoso actor que la protagoniza. Lo merece él, y también el espíritu humano.

No por nada, Bruce Springsteen le regaló su canción.

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