Monday, February 9, 2009

Frost/Nixon

De vez en cuando aparecen grandes filmes políticos. Recreaciones épicas que narran los hechos de grandes hombres y sociedades. En pantalla vemos cómo los líderes cambian los tiempos, y con ellos el mundo. Vemos en ellos su humanidad y su grandeza y su impacto en nosotros mismos.

Frost/Nixon no es uno de esos filmes. Ni siquiera trata de política, y mucho menos del Watergate. Su grandeza radica en tomar como pretexto un asunto político para desmembrar un conflicto humano esencial que no tiene que ver con grandes acciones. En ella no vemos el impacto de los líderes en nosotros, sino al contrario: vemos en ellos nuestro propio reflejo.

Peter Morgan, escritor y guionista, tiene una enorme capacidad para encontrar en hechos y personajes políticos puntos de partida para generar reflexiones profundas y sutiles sobre la condición humana. Lo hizo en La Reina o en El Último Rey de Escocia, ambas del 2006.

También en 2006 Peter Morgan estrenó su primera obra de Teatro, Frost/Nixon, en el teatro Donmar Warehouse de Londres. Actuaron Michael Sheen como David Frost y Frank Langella como Richard Nixon, recreando cómo se gestaron las famosas entrevistas en las que Nixon habría de aceptar, finalmente, alguna culpabilidad en el famoso escándalo y en su mal uso del poder.

El director multiusos Ron Howard -que tiene en su haber, entre otras, Splash (84), Apollo 13 (95), A Beautiful Mind (01), y el Código Da Vinci (06)- dirige con impecable técnica en un asunto de época, a los mismos actores protagónicos de la obra de teatro original, dirigida por Michael Grandage. Una recreación de los años setentas elegante y precisa, que permite concentrarnos en la épica batalla que sucede en una sencilla casa que se usó como sede de las entrevistas.

A lo largo de la película somos testigos del empuje de Frost –un mediano presentador inglés de programas hablados- por llegar a algo con esas entrevistas. En ellas pone en juego su carrera, si vida financiera y social. Con el mismo peso y el mismo empuje, vemos a Nixon aferrado a sus últimos signos de solidez, tratando con todas sus fuerzas de no derrumbarse del algo que ha construido a lo largo de su vida. Es un viejo lobo de mar, lanzando los últimos mordiscos que puede para defenderse de su atacante. Un Nixon preocupado por su traspiración en el labio superior, o increpando, justo antes de empezar la primera de las entrevistas, “¿No encuentra usted sus zapatos demasiado afeminados?”, para desconcertar y desconcentrar al adversario, en un fantástico duelo de sutilezas de actuación, de gestos, de brevísimas muecas e inflexiones que van dando cuenta de los golpes dados y recibidos a lo largo de 12 sesiones de entrevistas por las que Frost pagó –y Nixon cobró- más de medio millón de dólares, razón por la cual las televisoras no mostraron interés inicialmente, suponiendo que el “entretenedor” inglés no lograría nada ante el astuto expresidente.

No es de extrañar que uno de los momentos claves de la película es cuando David Frost tira al piso su cuaderno con la guía de sus preguntas, cuando se juega finalmente el todo por el todo en esa agotadora guerra verbal, cerebral, emocional y política –política en términos de la relación de poder entre dos hombres: uno con el poder de las respuestas, el otro, con el de las preguntas.

El resultado está en la Historia: en YouTube pueden verse las entrevistas reales. La magia del drama, de la ficción, es la recreación que se hace del camino. El texto de Nixon cuando llama por teléfono a Frost en su habitación de hotel, no tiene desperdicio. Como casi nada en esta película. Una de las competidoras al Oscar por la mejor película. Si el mundo fuese más sutil, -y más realista- sin duda, ganaría.

En México se exhibe como "Entrevista con el Escándalo".

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