Wednesday, June 19, 2013

Corrupto


Últimamente he tenido problemas para conseguir efectivo. Mi tarjeta de un banco no es leída por los otros; en el supermercado ha resultado ilegible. Tengo que ir una sucursal conocida donde un cajero automático conocido sí me da dinero sin más trámite.

Pero el fin de semana se me complicó, por lo que llegó el domingo y me agarró sin un quinto. Teníamos planeado ir -por vez primera, juntos- mi mujer y yo a la Sinfónica de la Unam. Yo recordaba haber ido más de una vez a la Sala Nezahualcóyotl para encontrar "agotado" el evento. Así que hice lo posible por llegar con cierto tiempo -logré 20 minutos, me estacioné en lugar prohibido pues no traía efectivo para el estacionamiento- para comprar los boletos.

Lo primero que encontré fueron letreros que decían "Para pagar con tarjeta favor de presentarse una hora antes del evento". Hice la cola, nervioso. La señorita de la taquilla me dijo dio a entender que "me haría el favor" de intentar cobrarme con tarjeta, pero que no me aseguraba nada, porque el sistema había estado fallando "desde el temblor" (Ahora que lo pienso, el temblor había sido esa madrugada).

Me cayó bien; le pedí que le echara buenas vibras y hasta hizo el gesto con su mano de arrojar polvos mágicos al monitor. Miré nervioso cómo ella clickeaba y miraba en su pantalla; esperé. "Sí salió" me dijo, y me dio a firmar mi papelito. Lo hice, aliviado. Los polvos mágicos habían funcionado.

Al entregarme mis boletos me dijo algo, y hasta creo que me tomó la mano. Me agaché un poco para escucharla mejor a través de la rendija del vidrio de la taquilla. "Para que ahorre", repitió, y entonces noté que junto a los boletos me estaba entregando un billete de doscientos pesos, y que los boletos que me daba tenían un costo impreso de $0.00

En ese momento le dí las gracias. ¿Qué podía yo hacer? No sólo había logrado comprar boletos con tarjeta sino que había solucionado mi problema de efectivo. Camino a la entrada ví que los boletos ni siquiera eran los dos para esa fecha, uno era para ese día y el otro para otra cosa, varios días después.

Eso me puso nervioso. "A ver si entramos", pensé. Pero por supuesto que en el acceso ni siquiera voltearon a mirar los boletos. Mi desazón creció, y me dí cuenta que había sido partícipe -¿involuntario? habría que verlo- en un complejo sistema de corrupción que me agrió el alma. Yo había estado dispuesto a pagar mis casi quinientos pesos por dos boletos para un buen concierto sinfónico. Son más de 50 músicos, que se han preparado toda su vida para tocar ese día. Mínimo que les toquen 10 pesos a cada uno, pienso yo. Pero esos músicos ni siquiera tendrán modo de saber jamás cuánta gente en realidad quiso ir a escucharlos.

Así pues, resulta que el sistema de taquilla está secuestrado por unos burócratas que crean una falsa necesidad, una falsa restricción (presentarse una hora antes para pagar con tarjeta), con la cual amagan a los consumidores haciéndolos sentirse aliviados de conseguir boletos, en los términos que sean. Venden los boletos que quieren de las fechas que quieren. No me sorprende que todos los eventos estén fácilmente "agotados". Ahora entiendo las largas filas de asientos vacías. No sólo eso, ahora entiendo  la falta de crecimiento en todas las áreas de nuestra cultura.

Me apena y duele profundamente que esté pasando algo así con nuestras artes. No sé de cierto dónde más pase algo así, pero en Bellas Artes, y hasta en los toros, los boletos se "agotan" y los asientos están vacíos. En nuestro país, se sabe y se dice que el arte "no es negocio" y quien quiera hacerlo tiene que pensar en "morirse de hambre", o hacer las cosas por amor y nada más. Con razón tenemos arte tan séntido, y tan pobre.

Con todo y que la taquillera me cayó bien, habría que correrlos a todos y empezar de nuevo.

O echarles polvos mágicos y ver en qué cosa se convierten.

Como en los cuentos.











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