Sunday, October 5, 2008

La paradoja del matrimonio

Estoy solo, terriblemente necesitado de los demás. Dedico demasiadas –cuando menos, muchísimas- energías a estar en algún sitio, a ser aceptado, así los sitios sean virtuales y la aceptación venga en forma de “winks”, “flirts” y mensajes absurdamente lejanos. O mesas de bares y fiestas en las que rodeo y me rodean desconocidos.

Estoy solo, y al mismo tiempo, lo celebro y disfruto. Sé que así es la realidad. Nadie podría estar conmigo ahora, nadie podría escuchar esta música con mis oídos, nadie podría acompañarme en este rapto de placer producido por el primer trago de cerveza -o de té- y la música surgida de mis bocinas, con las que formo un triángulo equilátero perfecto, aunque bueno, eso no es ningún mérito; todos los triángulos son perfectos, como los círculos o los cuadrados, pero quizás los triángulos son los que tienen más variaciones, o da igual, las quiero y ya creo que son una parte mía y que somos, así dispuestos, perfectos, ellas y yo.

Si estuviera aquí alguien más no sé si escucharía, no sé si bebería conmigo, no sé si estaría bien. Seguramente querría salir o ver la tele, conversar conmigo, o cambiar el disco; quizás no y estaría bien escuchando junto a mí. Pero yo estaría preocupado por su bienestar y le haría caso a sus deseos, los que fueran, y al mismo tiempo, en realidad estaría realmente concentrado en observar la manera en la yo le proporcionaría su bienestar; pondría todo mi esfuerzo hasta asegurarme lo tuviera, por adivinar lo que en realidad querría, olvidándome de mí mismo pero sin dejar de observarme, dejando de ser por ello, sin quererlo, alguien cierto, de verdad, con el que ella (partiendo del hecho de que fuera mujer, no me atraen los hombres desnudos) disfrute compartir.

Vaya lío. Supongo también que, en el fondo, no tiene nada de extraordinario. Por algo un amigo de hace muchos años, que se estrena ahora como papá y contacté hace poco por chat, me dijo “la soltería es un lujo”. Por algo también existen tantos grupos virtuales de falsa compañía a verdadera soledad.

La paradoja en la soledad, es el tiranizante deseo de compartir; en compañía, es la imposibilidad de vivir la vida del otro o de penetrar realmente en ella.


¿Habré amado, alguna vez?

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