Saturday, June 18, 2016

Un día en la vida, 2016.


"Siri, busca en google, vida activa y vida contemplativa, diferencias y recomendaciones".

Así empezó mi día hoy. Y aprendí que según Santo Tomás, quien en nuestra tradición cristiana habló en algún momento de estas cosas, la vida más perfecta es “mixta”, entre la contemplativa y la activa. Como Jesus. Lo que leí, dice que de un obispo se dice, “que sea el primero en actuar y el que observe desde más arriba”, haciendo alusión a esa necesidad de combinar ambos aspectos. Antes de Santo Tomás, también leí hoy, Aristóteles definió ambas vidas, activa y contemplativa, como las de “Negocios, Guerra y Humana", y la otra la de “Ocio, Paz y Divina”.

Luego a lo largo del día escuché el Carmina Burana de Carl Orff. Un poco más tarde, ya encarrerado el peine, el Catulli Carmina o cantos de Catulo. Lo escuché en un LP – finalmente me compré una tornamesa- y estuve buscando infructosamente la traducción del libreto en google, se ve que son cosas que a nadie interesa, o que los editores de partituras cobran por descargarlos o eso dicen. Entonces me dí cuenta que la tenía frente a mí en la contraportada del disco. Tiempos modernos.

Me emocionó ir leyendo el Latin, con su elegancia en la que parece que todo lo dicho es una verdad eterna –y por lo tanto tuiteable: estuve a punto mas me contuve- y sobretodo con las viejas, viejísimas contradicciones humanas. Del que ama: ama y odia. Del que ama yno es correspondido: desprecia y no deja de amar.

Luego, para terminar el día, mientras había en la tele el partido de México del que todo mundo hablaba –que acabaríamos perdiendo 7-0, vergüenza como nunca- me enteré que había un homenaje al Arvo Pärt en el 22, un concierto fantástico con el coro de Estonia y un director melenudo, Arvo Pärt vivo y presente,y entonaron, entre otras, "Virgencita", en español, dedicada a la virgen de Guadalupe. Después el Te Deum. "A tí, Dios", que me sobrecogió por completo, como sólo las cosas escénicas y musicales pueden hacerlo.

Tuitée al final del día: “No me importa si pasa México, no me importa si existe Dios. Gracias, Arvo Pärt, por conectarme con mis más profundos miedos y gratitudes”.

Tal cual, eso fue mi día. En el inter, me peleé con mi mujer, me pregunté si todavía la quiero, mientras pagaba una parte de una gran instalación eléctrica para su horno de cerámica. Hablaba con mi madre preguntándome cuándo morirá y en qué condiciones; ví y achaqué a la pérdida de mi peine de dientes anchos, el que se me viera como nunca el cuero cabelludo en la cabeza, y estrené un tornamesa, proyecto que llevaba unos 30 años en mi lista de pendientes y sobre todo de deseos.

Qué inasible milagro, el que la biología nos haya dotado de un espíritu.


Quise terminar mi tuit con “Que Alguien tenga Piedad de mí”. Pero no cupo.


Monday, April 18, 2016

En el Parque


Tal vez la vida, cuando grande,
-y quiero decir muy grande-
Es decir, cuando uno es viejo,
Se hace soportable
-medianamente soportable-,
Pues a partir de cierta edad
Las cosas –todas, las cosas-
confluyen en instantes.


Empieza a suceder, que en una risa,
En una bocanada
de aire fresco
o aire pútrido;
En un aspirar los olores de la lluvia,
Uno encuentra de pronto
Todas las risas,
Todas las bocanadas,
Y todas las lluvias.

Es como un recuerdo, pero es más que un recuerdo

Es una fanfarria, una explosión, un deslumbramiento


Una celebración

por cada viejo amor

y cada risotada.


Thursday, March 31, 2016


En la parte más alta
de mi azotea
Hacia la izquierda, arriba
hay un rincón de paisaje que asemeja
Un grabado japonés.

Son unos árboles viejos,
antiguos, diversos
Que atestiguan el vaivén
de cada tarde.

En este tiempo, me ha tocado a mi verlos.
En este preciso pedazo de tiempo
soy yo quien los mira, al caer la tarde.

Es Primavera.

Y pienso que en mi vida, en mi tiempo,
Seré incapaz de crear, de cuidar, de procurar siquiera
De algo así de grande, así de bello
así de importante
e indiferente

Como el pequeño e inmenso grabado japonés de mi azotea.

Wednesday, September 9, 2015

Talento Real

Para Vicky era un sueño, su sueño más grande. Para el asistente de dirección, que la seleccionó entre las decenas de candidatas, era una rutina cada vez más cansada y engorrosa. Encontrar talento para comerciales de gobierno. Talento, así le dicen. Quizás porque constantemente no son actores ni actrices, sino modelos: extranjeras y extranjeros lo suficiente afortunados para salir de sus países blancos, donde serían campesinos u obreros, mecánicos, plomeros o maestras de escuela, y llegar a este, donde 500 años de anhelar ser otros ha dado lugar a una publicidad distanciada de la realidad, donde todos son guapos y güeros, o en todo caso, de piel blanca y pelo negro.

En los comerciales de gobierno no es así. En ellos se necesita “gente real” -como si el “talento” no lo fuera-. Y en las campañas políticas, se necesita gente que pueda decir largas diatribas enumerando las  acciones de gobierno como si fueran ideas que van llegando a la cabeza. Y hay que hacer uno de esos comerciales cada tercer día, por lo que la búsqueda de gente que pueda hablar es constante y, ya lo dije, engorrosa. Así que cuando el asistente vio en el casting que Vicky mínimamente decía sus parlamentos, la puso entre su folder de “preselects”, así dicen las cosas los publicistas, en inglés, será por lo mismo, los 500 años. Ya habría ocasión de que las personas realmente responsables, revisaran y redujeran a esos “preselects” en “selects” o seleccionados. Así se hacen los castings.

Pero en esta ocasión no hubo tiempo. Los creativos a cargo del asunto, una pareja muy exitosa que acababa de cerrar el trato para vender su agencia por varios millones de dólares, estaban invitados a la pelea “del siglo” –otro término común en publicidad, cada tanto nos lo dan como si fuera nuevo- en Las Vegas, por lo que toda revisión de casting y de locación tendría que ocurrir por la vía de correo electrónico.

Allá va Vicky a Las Vegas, en la forma de un archivo adjunto, reducido a poco más de un mega, una borrosa actuación para la que se había preparado tanto, con la camisa que ese día le favorecía, se veía agradable, de buen humor, por eso el asistente la había seleccionado, y en esta ocasión no tuvo competencia. Los creativos a cargo la vieron por encima, entre foto y foto que tomaban y se tomaban a sí mismos entre las celebridades reunidas en Las Vegas: ya se incluían ellos. El director, ese sí en México, desde hacía tiempo se había desentendido de estos procesos de selección, por cansado y engorroso. Además estaba en pleno romance con una actriz famosa, asi que ni siquiera estaba durmiendo en su casa como para checar sus correos, porque esta actriz, para dormir con ella, le exigía llevarla cada noche a un hotel más caro que el anterior, ya iban en el Four Seasons.

Así que entre todos y nadie seleccionaron a Vicky. Los castings a los que iba cuando podía, a escondidas de su novio y de su familia, habían dado su primer fruto. Vicky estaba lavando platos cuando recibió la llamada. Le habían dado el papel de esposa en un comercial del gobierno. Vicky sintió que sus piernas flaqueaban; no distinguió –tan rápido fue su pensamiento- si era por la emoción del papel o por el miedo a la posible reacción de Ramón.

En el rodaje todo empezó de manera normal. Por la mañana, temprano pero no tanto, los comerciales de gobierno no ameritan la desvelada, a menos que haya que filmar el amanecer o depender del sol, si se filma en una milpa o en una plaza, se acostumbra. En este caso no, era una pareja en su casa, en su cocina, admirando “la nueva tubería”, como si eso fuera un elogio al gobierno. De hecho estaban en un foro que tiene varias cocinas: así más fácil. Cuando la maquillista pidió por el radio shampoo y acondicionador, el asistente de dirección se extrañó un poco.  Es un requerimiento poco usual, se entiende que se trata de que alguno de los talentos no se bañó, normalmente los europeos o argentinos, qué hacer sino lavarles el pelo en un lavabo para que se vean más frescos. El oírlo por el radio puso a todos en tensión; eso atrasaría el comienzo del rodaje, y con ello, su final; y todos, o casi todos, especialmente el fotógrafo y el director, que habían apostado, querían lograr llegar a ver un partido de futbol europeo que pasarían ese día en la televisión de paga.

Después de media hora, el talento aún no llegaba al set. La cocina ya estaba iluminada, la nueva tubería reemplazando los viejos tubos oxidados –la metáfora, genial, por algo acababan de ganar millones- que quedaban arrumbados a un lado. El asistente decidió ir al camerino a ver qué pasaba, a ver cómo iban –hubo que buscar un papelito con los nombres- Vicky y Jorge, a ver qué era lo que los estaba retrasando. Al llegar al vestidor encontró a la maquillista arrodillada frente a Vicky, frotándole los brazos, parecía un masaje, pero tras un momento de silencio incómodo el asistente comprendió que le estaban maquillando. Maquillando los brazos. Los brazos? No recordaba que Vicky estuviera tatuada. La maquillista lo miraba en silencio mientras continuaba. Incómodo, el asistente fingió hablar por el radio mientras salió de la habitación. Le pareció entender en la mirada de la maquillista, -se entendían, ella y él desde hace un rato- que le estaban maquillando moretones en los brazos.

Una vez en el set, como siempre se hace, el asistente no dio importancia visible al retraso. No hay que poner más tensos a los actores, hay que asumir la culpa y disipar el ambiente, para eso hay un segundo asistente de dirección, para asumir los enojos por los retrasos, aunque en éste caso específico la producción se lo había ahorrado. Lo importante era salir temprano y contentos, que la chica –Vicky, Vicky, Vicky- se supiera bien sus líneas y las dijera de forma natural sin que la traicionaran los nervios, sin llegar a ese punto de no retorno al que se llega cuando un actor poco experimentado se equivoca demasiadas veces en el mismo punto y entonces desarrolla miedo y es ya imposible que lo diga bien, todos en el medio–así se dicen los de la tele, los del cine, los de los comerciales, el medio-  conocen ese momento; un buen director sabe cortar y dar descanso a todos antes de que suceda, de otro modo pueden pasar horas, muchas horas y decenas de intentos fallidos, es como magia negra o como un mal chiste, cuando un actor no puede y simplemente no puede decir su línea por obvia que sea.

Esta vez no ocurrió. Le costó trabajo a Vicky, es cierto; incluso el director, con una mirada, preguntó al asistente –también a él lo entendía, de alguna forma es su trabajo, entender sin que se diga mucho- si había un reemplazo para que lo fuera preparando. Pero para ese entonces el asistente ya había averiguado el porqué del retraso, de los moretones, de la falta de shampoo. Resulta que Vicky había llegado golpeada, golpeada y desvelada, sin bañarse. Su novio la había pateado y amenazado, la había apretado de los brazos levantándola contra la pared y le había prohibido ir a su llamado a filmar, y Vicky había ido de todos modos, “es mi sueño” le contó la maquillista que había dicho. “Es mi sueño y no voy a dejarlo”.

Asi que el asistente dijo que no, que no había reemplazo, y el director hizo lo que pudo, le dio confianza a Vicky y la hizo reír y olvidarse de sus nervios y las tomas quedaron bien, la agencia se fue antes del último shot, el cerrado de las tuberías; a esas escenas sin talento los de la agencia ya no se quedan, su trabajo estaba hecho. Al final del llamado el asistente le dio a Vicky  un papelito con un número de teléfono, era el del Instituto de Mujeres para atender casos de violencia, Vicky pensó que se trataba de su teléfono personal o su facebook, el asistente le había gustado, pero no quizo apuntar el suyo, sería porque la maquillista los estaba mirando.

En el partido de futbol europeo, el director ganó la apuesta sobre el fotógrafo, siempre lo hacía. Nadie del medio volvió a saber de Vicky, no se le vió nunca más en otro llamado; nadie se enteró de lo que le ocurrió mientras que se anotaba ese útimo gol con el que el director ganó su apuesta y mandó a comprar un whisky caro.


Friday, August 21, 2015

El Cartel, de Don Winslow


Acabo de terminar de leer El Cartel, de Don Winslow.

Es una novela sobre la Guerra del Narco en México, que me llamó la atención pues se anunció con bombo y platillo que Ridley Scott fue contratado para hacer la versión cinematográfica.

Viene de la industria del Best-Seller norteamericano, este libro. Y aún así, es la única reflexión seria que conozco que,  a través de la ficción, un autor intenta entender, explicar, asimilar qué pasó en México en los años más violentos de la guerra del narco.

No veo ese esfuerzo en México. Por lo que sea, pero no lo veo.

Curiosamente hoy ví también el documental Whitey, sobre un hijo de puta mafioso de Boston que durante décadas fue protegido por el FBI para operar con una impunidad que acabó permeando a todo su sistema con corrupción. Y supe que dentro de poco estrenarán una película con Johnny Depp como el hijo de puta.

Y lo que quiero hacer en este post es rendirme ante la industria del best seller. Admirar cómo a través de la venta, de la aspiración a vender, se pueden generar una y otra vez proyectos que mal que bien procuran la autocrítica y el autoconocimiento. En México no pasa eso. El que quiera vender es visto como "vendido" (aunque no venda) y el que quiera explicar debe ser parte de la "inteligentsia" y demostrar ser erudito y "ajeno a intereses comerciales". Además que explicar lo que pasa en México es realmente complicado.

Este gringo tomó cada uno de los terroríficos recuentos de la prensa, uno por uno como yo los recordaba, y les dio sentido: desde la mujer que exhibió sus heridas en una conferencia de prensa hasta los manuales de auto ayuda de La familia michoacana; la muerte de la editora del blog del narco, los migrantes asesinados por decenas. A todos los hiló en una trama, si no épica, al menos narcoglobal, e incluyó a su país en la ecuación. Un poco como se esperaría, a través del héroe que al fin de cuentas es más listo que el capo más listo, pero en muy buena medida repartiendo también responsabilidades.

"Mexico, the land of pyramids and palaces, deserts and jungles, mountains and beaches, markets and gardens, boulevards and cobblestoned streets, broad plazas and hidden courtyards, is now known as a slaughter ground. And for what? So Americans can get high."

Cómo admiro su capacidad de tener un oficio, de trabajarlo, de dedicarse a él y de paso, ayudarse y ayudarnos a entender la realidad. ¿Venden por que hay quien compra? ¿O compran por que hay quien vende? ¿Me refiero a las drogas, o a los productos intelectuales, a las películas, a los libros?

Que lo leyera el Chapo, y todos los demás Hijos de Puta.

Que los grandísimos hijos de puta de ISIS leyeran las Mil y una Noches, que es la otra cosa que estoy releyendo ahora.

Que los mexicanos nos atreviéramos a ficcionar para vender. Que lográramos ficcionar reflexionando, para vender. Que leyendo nos cuestionáramos quiénes somos, y por qué.

Como ven, cada día estoy más confundido.

Pero en algo me ayudó El Cartel, a entender tanta y tan demencial violencia.


Wednesday, November 5, 2014

Privilegiados,
trapos viejos, azotea,
se bañan de luna.

Friday, October 31, 2014

Diálogo interno, o de sordos, es lo mismo.

Ya lo intenté escribir una vez, pero creo que necesito -sobre todo para mí mismo- ser más claro.

Estoy harto de los plañideros de Facebook.

Que se dan baños de pureza y de acción social desde sus computadoras.

Que reaccionan contra el gobierno como si estuviéramos en una dictadura de los años setenta, en donde todo -bueno y malo, pero sobre todo malo- fuera planeado y ejecutado por un estado totalitario y todopoderoso.

De entre ellos, que culpan únicamente al Estado desde sus cuentas virtuales, nadie parece creer que  la sociedad tenga que ver en el asunto. La sociedad es la víctima, dicen.

Es verdad que los gobernantes -así como los grandes millonarios- parecen salidos de otro sitio y no de la sociedad "normal". Puede ser que haya una gran ruptura y distancia entre sociedad y gobierno, y ese es para empezar, problema y culpa de la sociedad. Conozco muy pocas -pero sí conozco- personas capaces y honestas, comprometidas con su trabajo, que están en el gobierno. Pero en general, muy pocos nos tomamos la molestia de inferir en cómo nos gobernamos. Mal que bien, el gobierno, el Estado, es parte de la sociedad. El presidente municipal de Iguala salió de la sociedad. Y su nacimiento viciado tiene que ver con innumerables factores, que son los que hay que entender e intentar modificar.

Por otro lado, he estado suficientemente cerca de organizaciones sociales mexicanas -una oficina es una organización social, con sus jefes y secretarias; un salón de clases de 55 alumnos, como en los que estudié la primaria, entre la Sierra Madre y el mar; un pueblo al que llega un equipo de filmación a hacer un documental, el comité de organización de cualquier fiesta, la sociedad de alumnos de la secundaria, una escuela bilingüe (de un idioma indígena y español) en la sierra, etcétera, como para conocer rasgos de la sociedad y poder afirmar que la culpa no es del gobierno, que es de la sociedad. Es extremadamente difícil gobernar a los mexicanos. Los grupos sociales se cierran en sí mismos. Como si el progreso del individuo estuviera supeditado al progreso de todo el grupo, y como el progreso de todo el grupo es prácticamente imposible, el progreso individual sólo es posible por la vía de la violencia o la trampa.

A esos muchachos los mataron unos cuantos sicarios con órdenes confusas, por miedo a que se rebelaran y los sobrepasaran en fuerzas, pues lo hacían en número. Es decir, si cada uno de los estudiantes no hubiera temido por su propia muerte; si hubieran podido dar una señal clara entre ellos, un  movimiento para atacar en defensa todos al mismo tiempo, habría habido varios muertos pero no todos. A esos muchachos, ya lo dije alguna vez, simple y sencillamente los mataron a lo pendejo, como han estado matando a lo pendejo los que ahora tienen las armas, siendo o no gobierno. Unos tipos sin mayor pensamiento y meta que la de sobrevivir como les está siendo dictado por innumerables factores, y esos factores son los que creo que son el enemigo; no el Estado.

Entre ellos, la falta de autocrítica, análisis y sobre todo acción, y de oportunidad de acción, de parte de la sociedad. Pero sobre todo un gran sistema que se ha cerrado sobre sí mismo en círculos viciosos de deseo y ausencia de satisfactores. Por supuesto que hay que criticar al Estado y sus respuestas, pero también las nuestras y las de ellos: ese mexicano que siempre es "el otro".

En fin, que los plañideros en Facebook me parece que representan de lo peor de la sociedad. Que critican pero no hacen autocrítica. Que no ejercen acción y que no salen de su mundo de pantallas.

Yo tampoco, pero no arengo a la gente como si lo hiciera.

O sí. Pero por lo menos trato de pensar las cosas, con mi pensamiento, no a repetir consignas en contra de los que hacen el esfuerzo de gobernar a una tierra arisca como lo es la mexicana.

Basta ver el retrato que de nosotros tienen los de fuera, desde siempre. Parece ser que a la larga, han tenido siempre razón.

Y como dije en twitter hace un momento, "Me sumo a ella, pero noto que en la gran reacción hacia #Ayotzinapa, hay escondida Culpa, (Y agrego aquí, pues aquí sí cabe; Una Gran Culpa) por tantos años de indiferencia a otros muertos".

#Ayotzinapasomostodos #ElEstadosomostodos?

Wednesday, October 22, 2014

Perder la fe


Escribo esto indignado y enojado, no sé si particularmente constructivo.  Y voy a generalizar. Quedan advertidos.

Uno: Por los hechos que observo, por mi experiencia, creo que los mexicanos no somos especialmente ingeniosos u originales a la hora de crear empleos, de buscar la vida. Basta ver el número de estéticas en cada calle; de vendedores ambulantes, de gimnasios. O de cómo se reprodujeron los vendedores de tamales y recolectores de "estufas, refrigeradores, lavadoras", etcétera, con las mismas grabaciones promocionales, en estos últimos años. Hasta el enorme número de migrantes mexicanos: muchas de nuestras acciones están basadas simplemente en la imitación de otro, si es que a ese otro, más o menos, le va bien.

Dos: Pero no es sólo falta de ideas: Desde la Colonia (y no sé si antes) la movilidad social era prácticamente nula. La sociedad estaba diseñada para no cambiar. Durante siglos, cada quien nacía en su casta y en su casta moría. Un mestizo no podía aspirar a ser criollo, ni éste español, y cada uno gozaba, si no de privilegios, sí de solamente un nivel "sensato" de aspiraciones.

Este el principal problema de México: La movilidad social sólo es alcanzable mediante el crimen. 

Eso lo saben grandes multimillonarios. Los grandes políticos. Alguien puede ser rico: para ser muy, muy rico, ese alguien va a brincarse alguna ley.

Tres: La insaciable avidez de satisfacción inmediata, el inagotable bombardeo publicitario y narrativo de quienes están mejor y tienen todo lo que no tenemos; la inacabable cadena de satisfactores que caducan apenas logramos obtenerlos. La narrativa capitalista que basa la felicidad en el consumo y nuestra cercanía con su epicentro, en completa desigualdad de condiciones.

Cuatro: La ausencia de bienes culturales como meta o aspiración. La dilución de los viejos valores y anclas culturales que hacían "llevadera" la ausencia de movilidad social. La nulificación de la cultura y de la ciencia como metas factibles, económica y socialmente.


Creo que en estos cuatro factores (y en muchos más que sabrán los académicos, yo sólo quiero expresar mi opinión) están las raíces de lo que acontece en el país. No creo en el estado maquiavélicamente represor, en el crimen desalmado. Creo en políticos y criminales mediocres, corruptos, copiones, y acorralados. Cuyos únicos deseos, de criminales y de políticos, es tener un coche caro, "de película", un reloj de oro, una alberca, un rancho; sexo, mucho sexo, y también mucha comida, en eso somos animales. Pero estoy seguro que de los asesinos materiales de Ayotzinapa, más de uno lo único que quería era darle un iphone nuevo a su novia. Y encima de esto, el anhelo casi esotérico, que tampoco nunca se satisface del todo, de ser algún día, finalmente, el Patrón.

¿Qué hacer? ¿Vengo aqui a denostar a criminales y políticos, o a proponer algo?

No, no vengo a proponer nada. Pero veo al dueño de Oceanografía que no había pisado la cárcel a pesar de haber ya enfrentado juicios multimillonarios por prácticas fraudulentas. ¿Me dan ganas de pagar impuestos? Por supuesto que no. A nivel local, inmediato, veo que destrozan una vez más el piso y los alrededores de un parque cercano a mi casa, la tercera vez en sólo unos cuantos años. ¿Me dan ganas de pagar impuestos? Ni respondo.

No puedo dejar de pagar impuestos, pero ya no tengo temor, a la autoridad, si no lo hago.

Hoy habrá una gran marcha, cuyos ánimos e indignación después se diluirán en falta de propuestas concretas, no habrá acciones factibles de cambio.

Alguien me lo dijo hoy, y dio en el clavo: "Se dice que la gente en su indignación no se organiza. Claro que lo hace: ¿No  ven que se llama Crimen Organizado?"








Thursday, August 28, 2014

Atardeceres, vuelos en avión, mascotas, comida e hijos o el por qué de las bocinotas



Acabo de entender lo que nos une inconscientemente - supongo que ya está muy dicho, pero ahora a mí me toca- y que hace que todos o al menos muchos tomemos fotos de atardeceres, amaneceres, vuelos en avión a través de la ventana, playas y a nuestra comida.

Es una consecuencia del sentimiento de estar vivo. Es una manera de decir: estoy vivo, estoy aquí.

Ese sentimiento es previo, es antes de la foto. Es lo que sentimos al estar vivos y estar ahi, frente al atardecer, en el aire, a punto de comer algo rico. Ese momento en que todo se concilia.  Ese que hace que el adolescente anhele ser artista. En historia del mundo todos habríamos sido artistas si fuera tan fácil como hacer un click. Ahora lo es.

Luego se interconecta y se vuelve conductista: Estoy vivo, lo percibo, lo siento, luego tengo que tuitearlo, fotografiarlo, documentarlo y compartirlo, pues lo estoy sintiendo. Y si al hacerlo, después, recibimos aprobación, pues el circuito está cerrado: Pavlov.

Mi referencia a las bocinotas tiene que ver con los shows audiófilos, esas muestras de audio donde cada marca tiene un cuarto -supongo que serán hoteles, nunca he ido pero he visto fotos) con sus amplificadores favoritos y bocinas, bocinotas, cada vez más grandes y más perfectas. Y más caras.

Según yo, el origen de la obsesión audiófila es la misma, el sentimiento oceánico descrito por Freud, ese que se siente en los atardeceres, frente al mar, la rica comida, etc. En el caso del audiófilo, el deseo es explícito de penetrar en ese mundo, de ser llevado por él, de perderse, de ser absorbido por la gran ondulación universal. Somos materia y somos ondas.

Algo similar sucede con quien postea a sus mascotas, o a niños propios o ajenos: para el que lo conoce, es producto del gran gozo de conectar con otros, de atestiguar y plasmar de alguna forma nuestra interrelación con otros seres, con nuestro mundo vivo, no sólo estético y cósmico: empático, en el que nos podemos poner en el lugar del otro: humano.

Por eso las fotos en línea de toda la gente se parecen tanto.

Es obvio. Como que las asas de las tazas son para no quemarse. Pero qué bonito es descubrirlo uno solo.

Y luego compartirlo. A ver si me dan like.

Thursday, August 7, 2014

Promesas de Verano

Tras Oaxaca


Vengo a contar una historia ya muchas veces escrita. Pero esta ocasión es mía y soy yo el que la cuento, y lo hago para intentar conocerme o reconocerme, porque sé que de una forma o de otra, a partir de ella no puedo o no debería ser el mismo. Si en algún momento intenté protegerme con cinismo, hoy no creo poder permanecer indiferente.

Conocí a unas personas que viven en una colina apartada de un lugar muy lejano.

Un río que crece con las lluvias los separa del resto de la gente. Comen lo que siembran y cosechan una vez cada año –maíz, frijol, calabaza– , y de lo que encuentran en el bosque: plátanos, quelites, hormigas.

Son casi puras mujeres. El señor o los señores se fueron a trabajar la uva en Hermosillo, o a Estados Unidos, no pude sacarlo realmente en claro; no sé si ellas realmente sepan dónde están. Una mujer llamada Josefa, de cuyos hijos conocí a Cristina, Casimiro, Daniel, Luz María, Araceli y Adelaida; con ella vive su hermana Ana María y sus hijos Yahir, Citlali y William. También vive con ellos una anciana diminuta, la suegra, madre de uno de los señores ausentes.

Su casa es, en verdad, bonita. Consta de dos cuartos, uno es de paredes de adobe y el otro de tablones verticales, por los que se filtra el aire y la luz del sol que forma rayos resplandecientes por el humo del fogón. El cuarto de adobe es el dormitorio de todos los mencionados; el de tablas es la cocina y comedor. Tienen una mesa, dos sillas y dos bancos de plástico. En la recámara hay un refrigerador y una cama de latón, que solamente utiliza la hermana grande, Cristina, cuando viene de visita ya que ella estudia en una ciudad a unas cuantas horas de allí. Los demás duermen sobre sus petates y cobijas. No pude saber de qué forma se acomodan todos, pero sí me mostraron las pequeñas cómo duermen: se veían cómodas, descansaban.

Es una familia que no tiene nada o casi nada. Ni siquiera una silla para cada uno.

Una sola fotografía en una las paredes, la de la abuela de Josefa con Josefa de pequeña, en un desteñido blanco y negro y un marco dorado raído. Dos fogones en la cocina, para las ollas y para el comal. Un metate para hacer las tortillas. Piso de cemento subvencionado por el gobierno federal en años recientes. Machetes, platos hondos de plástico que utilizan como vasos, platos de loza que usan para el pozole cuando hay fiesta. Un carrito sin ruedas. Balones ponchados de basquetbol. Un aro colgado en un palo junto a la milpa de afuera de la casa. Un lavadero de platos que sirve también de regadera, al que llega un manguera con agua del rio.

Más arriba, con vista a las montañas, una recién instalada letrina de madera. Unas gallinas recluidas con barda de alambre. Perros por todos lados que, dicen, no son de ellos, y que la abuela saca a varazos de la casa cada vez que se atreven a entrar. Y nada más.

Llegué a conocerlas y a estar con ellas unos cuantos días pues todos los niños en edad escolar van a la escuela. Cada mañana caminan dos horas para llegar a sus clases y
dos horas para regresar. En su casa ayudan a limpiar la milpa, a limpiar las plantas de café que cada año venden por costal. Traen leña, agua, cocinan atole o muelen el maíz. La vida y el trabajo son lo mismo. La escuela es un descanso y un momento feliz. Fui contratado para filmar un documental sobre su camino a la escuela.

Así que finalmente estuve con una familia de uno de los “pueblos originarios” como se intenta llamar ahora a los pueblos indígenas, a los que siempre han estado allí, cerrados y encerrados en su tradición de milenios, en su otredad, en su profunda pureza. Josefa y su familia son Triquis, de la sierra de Oaxaca: Triquis “de la Baja”. Los Triquis son minoría entre los indígenas Oaxaqueños; los Triquis de la baja, la minoría entre los Triquis. En el pasado se separaron de los Mixtecos y Zapotecos, se relegaron; la orografía del terreno los separó de todo, y aún entre ellos se relegaron más. Hablan un Triqui diferente a los “de la Alta”; y aunque su idioma suene parecido, no se entienden, tampoco se quieren, entre las distintas alturas de la montaña.

Van a la escuela, entre otras cosas, a aprender español.

Y sí, aquí estoy a contar la vieja historia del hombre “civilizado” que se enfrenta a un pueblo, llamémoslo así, en situación de pureza. De Rousseau a Gaugin, las más luminosas y las más perversas intenciones han permeado siempre la relación entre el que “sabe” y los que “saben menos”.

¿Qué vi, qué tengo que decir al respecto? Aún no lo sé.

Vi que a esos niños y niñas los atropelló nuestra presencia, que mal que bien, espero, fue positiva. Las mujeres de mi equipo los llenaron de besos y de abrazos, que pareciera no conocían, y agradecieron desde un lugar profundo, mucho, esas muestras desacostumbradas de familiaridad y de cariño.

Procuramos no alterarlos. Les dimos cosas, sí, pero cosas que ya tienen o usan. Les cambiamos sus balones ponchados por unos nuevos. El carrito por uno con llantas. A Josefa le dimos despensa (se ahorrará así un par de viajes cargada cruzando el rio), y unas fotografías de sus hijas el día que se graduaron de primaria y nos tocó estar allí. Fue la única cosa que me pidió Josefa, que le tomara fotos a sus hijas, pues no había conseguido quien lo hiciera, y me tomé ese encargo tan o más en serio que el documental por el que fui. Le imprimí las fotos y cuando se las di, intentó pagármelas.
Mató una gallina y preparó una enorme olla de pozole que compartimos con el patio lleno de globos para celebrar la “clausura”, como se llama allí a la graduación de primaria. Eso sí, durante la fiesta ninguna sonrisa ni muestra de cariño a las niñas, que solamente nos servían pozole y comían del suyo calladas, sonriendo nada más a nuestras bromas y comentarios, que también eran los únicos. La abuela daba varazos a los perros, golpeando a tres o cuatro de un solo movimiento de brazo. Los tíos y padrinos que vinieron por la ocasión, también callados y serios. ¿Sería eso la fiesta, la celebración? No hay modo de saberlo.

En esta visita se me hicieron presentes muchas de las verdades del mundo. Que no se puede observar sin alterar lo observado, para empezar. Que se puede fácilmente someter a un pueblo entero a través de la marginación y la pobreza. Que está ahí, siempre presente, una fuerza muy oscura, muy perversa, asociada al progreso y en una enorme extensión de la historia del mundo, que se llamó esclavitud. Sometedlos y tendremos generaciones de esclavos, piensa para sí mismo el poderoso, y lo ejecuta. Hacedles algún favor y los tendremos a nuestra merced, pensó el liberal y humanista. Eso se piensa, eso pasa. Démosles cuentas de espejo. O dejadlos como están, no necesitan nada, piensa alguien más. Ya morirán.

Su idioma es extraordinariamente complejo. Usan sonidos que nosotros no tenemos, guturales y nasales. Suena a Chino o Tailandés, a Malayo. Vocales dobles y triples que para nosotros suenan casi idénticas, pero que son la diferencia entre “café” “viernes” y “frijol” y “viernes santo”. Es decir, todas estas eran la casi la misma palabra, sin serlo. Era algo así como “rrnae”. Dependiendo de dónde salía y cuánto duraba cada vocal o cuál se acentuaba, era uno de los anteriores. Ninguno de nosotros pudo aprender una sola palabra bien.

En esa comunidad viven, más o menos mil personas que hablan el Triqui de la baja. Es un idioma oral. Escribirlo, dicen, es muy difícil. Se ha inventado un método para escribirlo “en cristiano”, pero me contaron, que si ellos mismos escriben algo y después intentan leerlo, no lo entienden, así sea de su puño y letra.

¿Qué va a pasar, qué puede hacerse por ellos o con ellos? No lo sé. Creo que el internet podrá llevarles conocimiento útil. La implementación, como el de la letrina que vi y que era nueva, de sistemas de captación de agua de lluvia (aunque ahora que lo pienso, para qué querrían ellos el agua de lluvia, si ya la tienen y la usan desde siempre?) o de compostaje. Los campos de maíz de aquellos que tienen vacas crecen más grandes que los de los demás, por el abono que éstas producen. Pero casi nadie tiene.

El comercio justo, si les llegara, sería importante. A ellos les compran el kilo de café rojo, es decir, en vaina antes de limpiarlo, secarlo y tostarlo en 5 ó 6 pesos. Yo compro café de Oaxaca en la Ciudad de México a 110 pesos el cuarto de kilo. Ya hay alguien en su pueblo que está intentando hacer del café un negocio y pide prestadas cada año las canchas de basquetbol del pueblo para secar el café local. Creo que han logrado venderlo a 50, lo máximo, y eso, ya tostado. Pero ésta fue una plática en mis 15 últimos minutos con ellos. Durante mi estancia allí, nada más lejano que la palabra “negocio”.

Ellos trabajan sin parar, todo el día, limpiando de hierba la milpa, donde crece el frijol, una enredadera, a la que guía va guiando hacia arriba la planta del maíz. La Calabaza se extiende por el piso llenando grandes superficies a la sombra de las otras dos. Todo lo que trabajan allí todos los días no es para vender, es para lograr tener de comer durante todo el año. Son sustentables. Son autosustentables. Son todo eso que ahora buscamos, añoramos y vemos como única salida al gran problema de la sobrepoblación mundial. Sin embargo no sé si esté del todo bien. Es demasiado trabajo, a esas niñas les hacen falta vitaminas, las manchas en sus rostros lo delatan. Les hace falta juego, les hace falta cariño.

¿Quién va a dárselos?

El basquetbol, la canasta, les ha cambiado la vida. No sé desde cuando lo juegan pero es el juego de todos los niños de esas comunidades. Hay muchos niños y se han organizado. Tienen un albergue para niños sin padres donde hacen campamentos en los que entrenan todos los fines de semana y durante el verano. Nadie gana dinero en ese albergue y todos los niños comen gratis. Es la comunidad organizada para que eso suceda, se matan gallinas y con eso se alimenta a los más de 500 niños que van de una veintena de comunidades cercanas.

Yo los vi jugar basquetbol como ahora los ha visto el mundo, y es fascinante. Juegan descalzos, bajo el sol, todo el día. Los más pequeños son los más aguerridos, avientan la bola para meterla en la canasta a la altura reglamentaria, y lo logran. Corren descalzos sin parar, todas las bolas las pelean, las defienden, no paran.

De entre esos niños armaron una selección y ganaron una competencia importante, descalzos, en Argentina. Luego perdieron, meses después, en Barcelona, el mismo día que descalificaron a México del mundial de fútbol. Pero todo México volteó a ver a los niños Triquis que ganaron jugando descalzos. Entiendo que los argentinos quisieron regalarles sus tenis y que no los aceptaron. El caso es que esos juegos, esos triunfos, han propiciado una nueva mirada de ellos a sí mismos. Empiezan a sentir orgullo de ser Triquis. Estoy seguro que yo llegué allí por ese mismo “éxito”. Ser Triqui está de moda, quienes me emplearon para filmar esta historia seguramente por eso los conocieron.

Yo no sé qué será de ellos. No sé que les dará a esas niñas el haber ido a la escuela. Pienso en la vida en las ciudades en su complejidad. En el escarnio que viven los indígenas ante lo urbano. ¿Para qué querría un indígena vivir esas vejaciones? Pero también, ¿es realmente buena la vida de ese tremendo trabajo diario sólo para poder comer?

No sé, tampoco, qué podría o pudiera hacer por ellos. Por supuesto que desarrollé cariño en estos días, por esas niñas, la mediana de mirada reflexiva, la grande de mirada fuerte, el pequeño incansable e irreductiblemente descalzo de mirada juguetona. No sabría qué hacer, qué llevarles, cómo ayudarles. Les agradezco con todo lo que soy el que nos hayan permitido entrar a sus vidas a atropellarlas, el que hayan llegado todos los días que los llamamos a su cita en el rio a las 6 de la mañana, que hayan reído con nosotros, que hayan vuelto infinitas veces a caminar para la cámara. A su mamá le agradezco el pozole y el haber cocinado para nosotros esos quelites inolvidables con chile, envidia de cualquier restaurante de cocina nueva mexicana; pero le agradezco dolorosamente el habernos prestado a sus niñas, pues sé que lo hacía con esperanza, con una esperanza de cambio y de ayuda que no sé si llegará, no sé que haga por ellas la película, solo sé que será mucho menos de lo que se imaginan, de lo que esperan, de lo que anhelan y que quisieran sin saber que en realidad no lo necesitan. O sí lo necesitan, no lo sé, es complejísimo, creo que nunca nadie ha sabido bien a bien qué hacer de todo esto.

Quisiera creer que se me ocurrirá algo, pero en el fondo sé que les tomé una última foto para no olvidarlas, y que he regresado a mi ciudad y que eso que ellas tocaron quedará así, tocado, pero ellas pronto empezarán a ser sólo recuerdos, luego imágenes que veremos una y otra vez mientras estamos editando, caminarán de mil maneras su camino hacia la escuela. Poco a poco volverán a ser símbolos y también fantasmas y se diluirán en mi vida de tráfico y compromisos, y ellas seguirán en su colina, en su montaña, esperando que regresemos a enseñarles la película, no sé si pase. Lo deseo, lo deseo mucho, pero no sé si pase.

No sé quién llegue a ayudarlas. Y si alguien llega a hacerlo no sé cómo lo haría. Y mi historia, esta del hombre emocionado de haberse acercado a algo que normalmente está cerrado, y que se abre momentáneamente, para volverse a cerrar, pues es eso, una historia de no-cambio, es apenas un atisbo, un asomarse a un lugar muy profundo que también vive en mi alma pero no sale de allí. No creo volverme activista social ni comerciante justo, aunque me gustara. Siempre supe que el mexicano come maíz frijol, chile y calabaza: ahora sé cómo se siembra, vi lo que es vivir todos los días en la suave dureza del campo.

En mi azotea de la ciudad, desde hace un tiempo que intento emularlo y siembro jitomate; una de las plantas da unos tomates amarillos que no maduran nunca, y se mantienen rígidos por meses, aguantan todo. Nunca los he tirado, eso es verdad, los tengo todos: no sé que hacer con ellos. Son como puños cerrados.

Y aún no sé qué buscar, en el fondo de mi alma. Allí quedan, por ahora, sus miradas.


México, D.F., 20 de julio de 2014.