Tras la oscuridad apareció el piloto, ya entrado en años y con ropa de civil, sentado como yo en una butaca de cine pero él enorme en la pantalla, hablándole al público, agradeciéndonos a todos por haber ido a ver esa película ahi, a “la pantalla grande”. El piloto en un cine agradeciendo a la gente del cine el haber ido al cine… ¿qué, hubo acaso una pandemia que nos encerró a todos por años e hizo cambiar nuestros hábitos de consumo audiovisual? Pues sí, hubo eso y hubo caos, pero estamos creyendo que ya pasa, y entonces empezó la película, con imágenes idénticas a la de la película original; mi mujer y yo chocamos codos y nos dijimos al unísono, “¡La Incondicional!”, pues somos de una generación, a la que llamaremos X —de hecho así nos llaman, Generación X— que quizás fue la primera en la historia en ser observada y analizada todo el tiempo en pos de descubrirle y generarle hábitos de consumo, uno tras otro, sin pausa y sin fin, y como la película original del piloto, salida hace 36 años, fue un gran éxito, los ejecutivos de alguna disquera Mexicana decidieron imitarla en un videoclip de Luis Miguel, y por eso fue lo primero que mi mujer y yo reconocimos, pero entonces ya había empezado la música, una gran rola de acción de un compositor que ahora sé quién es, cómo se llama y cuál es su legado, Giorgio Moroder, lo conocí en un disco homenaje que le hizo un grupo francés en 2013, todo en mi época es así, se recicla y homenajea por no decir se repite, y así que ya en la película estaba el piloto piloteando otra vez, no más joven que en su inicial imagen de agradecimiento, pero sí más producido, más peinado, con su vieja chamarra con parches y estampas, con su overol de piloto aviador con la manga arremangada que todos imitamos hace 36 años, con su sonrisa arrogante y ese corte de pelo perfecto que yo recuerdo haber envidiado desde los doce años, que era la edad que yo tenía cuando salió su película; recuerdo haber visto ese corte de pelo con mucho cuidado, haberlo estudiado prácticamente, a él se le hacía un triangulito en la sien arriba de la oreja por las distintas densidades de su pelo, a mi no, recuerdo haber estudiado ese corte de pelo no en un póster sino en la tienda de discos, en la portada del disco que no compré y no tuve pero deseé siempre, como veía que deseaba la mujer detrás del piloto al piloto, de eso se trataba la película, y para mí fue de las primeras veces que ví eso, el deseo de una mujer por un hombre, eso es lo que yo veía en la película y si mal no recuerdo era lo que me importaba, entender cómo se podía uno acercar a las mujeres, aunque también era fácil deslumbrarse por los aviones de combate, yo tenía un amigo en esa época que era muy aniñado, es decir él seguía en los juguetes mientras yo ya quería dar el paso a las novias, él era muy chistoso y hacía bromas y chistes todo el tiempo, en eso se parecía al personaje sidekick o comparsa del piloto, alias Goose o Ganso, que siempre decía todo en broma y así mi amigo, una invitación a un evento de la escuela decía “a las siete de la tarde” y mi amigo dijo “no vayan a venir en la noche porque les da sueño”, y desde entonces recuerdo a mi amigo cada vez que alguien dice siete de la tarde en vez de siete de la noche. Recuerdo que yo observaba que a mi amigo sí se le hacía el triangulito en la sien igual que al piloto y a diferencia de mí, que tengo el pelo tan lacio y delgado que no hace triangulito en lo absoluto, pero quizás esto ya es exagerar y querer meter mis recuerdos a todo, pero es o debe ser al menos un poco cierto; lo que sin duda pasó es que mi amigo murió en ese año, murió niño, en una operación y anestesia mal llevadas; fue la primera muerte cercana de un amigo, y yo lo lloré y la escuela lo lloró y en sus homenajes yo le dedicaba en mi pensamiento la frase de la misa “llenos están el cielo y la tierra de tu nombre” o algo así, y entonces ahora en la película del piloto 36 años después, cuando el piloto y la película se dedican a llorar o rememorar a Goose, el sidekick que muere en la película original, yo no pude evitar pensar de nuevo en mi amigo niño con su juguete de avión, con sus chistes y su triangulito en el pelo, y en cómo el cielo y la tierra pueden o no estar llenos con su nombre pero yo ya no lo veo. La nueva película continuó y apareció entonces de interés romántico del piloto, otra belleza de siempre, impactante para mi generación, la Emperatriz Infantil de la Historia Interminable, la Deborah niña de Érase una Vez en América, una de las mujeres más bellas de estas décadas, encargada del bar donde los pilotos beben y hacen sus rituales de paso para conquistar chicas y ser guapos. Y la película siguió y contó cómo iban a enfrentarse a unos malos de un país no alineado, y cómo deseé entonces que el mundo fuera así de simple y que hubiera buenos y malos y que los pilotos buenos pudieran meterse en los países no alineados a alinearlos, en cambio ahora hay una guerra en la que mueren a diario cientos o miles sin razón aparente, ha habido guerras siempre e invasiones, hace años que voy a terapia y regularmente hablamos de esto y de que siempre ha sido lo mismo, pues bien, en la película es un placer ver al piloto y sus amigos ir a alinear al país no alineado y tirarles misiles por un búnker, es curioso cómo los ejecutivos de la película original eran contratados para que pensaran cosas nuevas, cada vez más grandes y sorprendentes, y así surgieron ese par de productores y ese director que hicieron época, hicieron grandes películas de acción y le dieron a mi generación arquetipos de hombres y mujeres que nos llevaron a comprar siempre algo, yo en lo particular me deslumbré tanto que decidí estudiar cine, no por la película del piloto sino quizás por la de Deborah con la emperatriz infantil, por esa y por muchas otras películas que me puso mi padre que murió joven, de cincuenta y dos años, unos cuantos después de la película del piloto original. Decía que es curioso que ahora a los ejecutivos se les pida que inventen maneras de repetir los éxitos de las cosas originales, y repetir las cosas originales, sin duda debe ser cansado, si antes se juntaban en un cuarto a meterse algo e inventar cómo hacer lo nunca antes visto, ahora se meten a un cuarto a meterse lo mismo y inventar cómo hacer para volver a vender lo que ha sido visto infinidad de veces; yo no sé qué fue ni nadie sabe, pero ese director el de la película del piloto original, hace no mucho tiempo, después de haber hecho, como dije, época, de haberle dado una estética a una década de películas y videoclips, y de luego haber evolucionado y habérselo dado otra vez a otra década, un día hace no mucho detuvo su convertible arriba de un puente, se trepó en él y de acuerdo a un testigo ocular, sin dudarlo un instante —without hesitation—, se aventó al vacío, así terminó ese director, nunca hubo una aclaración de parte de su familia de si estaba enfermo como mi padre o por qué lo había hecho, el caso es que lo hizo, without hesitation, mi padre no, no se atrevió, nos dijo que lo haría pero no lo hizo, no se tiró de un puente ni hizo su fiesta de despedida como nos había anunciado, de todos modos murió joven. En la película original del piloto, cuando muere Goose se derrumba todo, hace que el piloto renuncie a su carrera, que suene la música triste, que todo parezca un fracaso; ahora que me dedico a ello sé que los guionistas llaman a eso “The dark night of the soul” o la oscura noche del alma, ya es una de las partes seguras en las películas, es el anticlimax justo antes del último acto donde se resuelve todo; pues así el mundo al querer salir ahora de la pandemia, todo parece estar en su noche más oscura, el planeta se ha calentado y descompuesto el clima, entre otras cosas por tantos motores de aviones y por tanta explotación de todo, a la Generación X siguió la Generación Z y luego los Milennials y a todas se les intenta vender todo todo el tiempo una y otra y otra vez, y al parecer cada generación está más descontenta que la anterior y eso nunca antes había pasado, quizás por eso lloré, lloré de alegría de ver a la emperatriz infantil atendiendo el bar de los pilotos chingones, quizás por eso fundé mi alegría en mi esperanza o en mi fantasía —alimentada sí, por hábitos de consumo creados— de que exista en algún lugar del universo ese bar llamado The Hard Deck, el piso mínimo de donde no hay que bajar en los ejercicios de combate, donde seamos bienvenidos todos en impecables uniformes blancos con nuestros sueños de triunfo, con nuestros sueños de ser the best of the best, de quedarnos con la chica, de tener el pelo impecable y la sonrisa soberbia, antes del amor, antes de la muerte, antes de la plaga y la guerra, antes del caos. Ese mismo lugar en el que teníamos doce años, y todo o casi todo estaba apenas por verse. Terminó entonces la película, se prendieron las luces, y salimos mi mujer y yo a comentarla y a beber una cerveza, y nos peleamos.