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Quiero creer que
la forma en la que he trabajado hasta hoy me ha preparado para el futuro. No me
refiero a tener ahorros, o no todavía, sino a que sé perfectamente lo que se
siente que te paguen por lo que haces y exclusivamente por eso. Se habla mucho
hoy día de la desaparición del Estado de Bienestar; y sin estar del todo seguro
de lo que es eso, entiendo que hablan de esa forma de vivir en la que uno le
dedicaba un cierto número de años a una empresa o institución, escalando
puestos, haciendo “carrera” de acuerdo a la dedicación y capacidades —y mucha paciencia—
y entonces, ya viejo o como se dice ahora, ya en plenitud, uno se retiraba cobrando
el mismo sueldo y se dedicaba a esperar la muerte con esa cantidad mensual
llegando puntualmente al banco hasta que la empresa o institución se enteraba que habías
muerto.
Yo me dedico al cine, y en mayor medida, a la publicidad filmada. Así que
desde chico he sabido lo que es trabajar “por proyecto”. Se nos llama freelance
o freelancers, a lo gringo, dado que “trabajador eventual” suena como huevón o
inepto. Freelance tiene más catego, aunque efectivamente, también es sinónimo
de “desempleado”. Hay que llevarlo con aplomo y orgullo. Y estás en una
empresa, o eres freelance? Freelance, así que si sabes de algo…
La cosa es que sólo en dos ocasiones en mi vida he cobrado un sueldo fijo.
Una en una compañía de animación, y otra en una compañía productora de comerciales.
Pero en el medio —así nos gusta llamarnos los freelancers de la producción
audiovisual, el medio— el origen del dinero siempre es por proyecto. En la
primera compañía, la de animación, yo tenía un pequeño sueldo base, era estudiante,
y a cambio de ese sueldo yo debía de ir a trabajar en las tardes o cuando
pudiera, y al mismo tiempo, tenía que ir a la hora que fuera necesario a
resolver cualquier problema. Era la época en que hacer la animación de unas
letras formando un logo requería una computadora del tamaño de un refrigerador y
noches de desvelo mientras sus cálculos iban revelando la animación
tridimensional, cuadro por cuadro, durante horas. Con esos desvelos y ese
dinero pagué los gastos de mis rodajes en la escuela.
Después, como freelance en películas, series y comerciales, pues ganas cada
vez por el proyecto que haces. Punto. Nadie te va a pagar retiro ni vacaciones
ni seguro médico, ni nada que no sea relativo al proyecto. En la otra compañía,
ya como un asistente de dirección profesional, me ofrecieron para que solo
trabajara para ellos, un muy buen sueldo base, que se complementaba con el
número de proyectos realizados cada mes. La realidad es que ese muy buen sueldo
base (nuca he vuelto a ganarlo) hacía de mí, un esclavo. Estaba disponible
siempre para lo que fuera; noches, fines de semana, vacaciones, puentes. Y aún
así, nunca, pero nunca, imaginé que me fueran a pagar después por ser viejito, o
si me echaban. Nunca pensé tampoco que duraría décadas en esa compañía: la
publicidad se basa en las modas, y las casas productoras aparecen y desaparecen
cada tantos años. Efectivamente ya no existe o al menos no con ese nombre ni
con esos socios, en el fondo todos en el medio seguimos trabajando, simple y
sencillamente, por proyecto.
Pues resulta que ahora todo el mundo quiere imitarnos. Malamente, las
grandes empresas internacionales, primero; y los gobiernos, después, se fueron
dando cuenta que pueden contratar a la gente para que hagan una cierta cosa,
nada más, en vez de tenerlos sentados en la oficina toda la vida listos a hacer
todo y nada, a cambio de asegurarles una vejez en plenitud. Primero fueron unos
cuantos empleados externos que venían a hacer trabajos especializados que nadie
adentro sabía hacer (outsourcing, se llamó; mucha catego y hasta misterio en la
palabra) y luego ¡Pum! En vez de tener a alguien asalariado todo el año mejor
lo llamamos los tres meses en que verdaderamente hay trabajo. Entonces los
outsourcings se parecen más a los esquiroles en una huelga, los que llegan a
aceptar condiciones de trabajo menos favorables, para desventaja de todos los
demás, excepto el patrón.
Además, llegó el internet. Con él, las historias de los jovencitos,
jovencitas, mamás o niños que se volvieron “influencers”, que ganan miles y
miles por su popularidad en internet haciendo cualquier cosa. La
fantasía de que cualquiera puede volverse famoso mundialmente y vivir de un
público masivo democratizó la desventura: Si quieres una vida en plenitud, tienes
que ganártela. El mundo entero es tu cliente.
Mi mujer es diseñadora gráfica, y por tanto, su historia es similar. Tuvo
varios empleos fijos que más bien pueden catalogarse como proyectos grandes. Después,
cada chamba que hace le paga por esa chamba y nada más. Ahora también hace
cerámica, una cerámica muy bella y yo tengo la esperanza de que su página de
internet la haga famosa y podamos venderla a todo el mundo y tener una vida en plenitud,
si no segura, al menos llevable mientras ella tenga manos y yo pueda empacar y
fletar sus cosas. ¿Es una fantasía? La otra es que yo pueda escribir y
cobrar por lo que escribo, idea que me parece bastante más improbable. Porque
no creo que nadie se interese como para pagar por lo que escribo, mucho menos
una infinita cantidad de freelancers.
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