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Armando Escobedo era mi aliado en una
compañía muy grande y rara que se llama El Mall y que se encuentra en un mall. Escobedo
era el director general o Productor Ejecutivo en jefe; era quien conseguía
trabajos y asignaba trabajos, a mí me asignó unos cuantos muy buenos y de ello he
vivido en estos últimos años.
Era una persona muy bien hecha en el
sentido laboral del término. Era un profesional que hacía las cosas bien y
exigía que todos hicieran las cosas bien. A mi me gustaba esa exigencia: es
francamente bonito que alguien espere y además exija lo mejor de ti.
Era un tipo raro, Escobedo, todos lo
dicen de una forma o de otra, ahora que se fue. Tenía unos exabruptos de cólera
que siempre me parecieron completamente fuera de lugar. Lo ví correr de su
oficina a productores que trabajaban para él, por no tener la “actitud correcta”
hacia el trabajo. Lo ví amenazar muchas veces con mandar un proyecto al carajo
si no teníamos ganas de hacerlo. Eran muy impactantes esos arranques de ira,
esos “shows”, que si lo eran, parecían genuinos y me incomodaron a mí y a todos
los que los vivieron. Es triste que sea de las primeras cosas que me vienen a
la mente, pero así es.
Era, además, muy hermético. Nunca
revelaba toda la información de nada, siempre se reservaba algo, era como un
deporte para él. Y siendo así, se reservaba a sí mismo; yo no sabía casi nada
de él y cuando le preguntaba recibía muy poco de regreso. Vivía solo. Tenía una
novia. Era su cumpleaños. Sus amigos de la infancia le habían organizado algo,
muchas gracias. Le gustaba pescar, o al menos tenía una foto de él con un pez
vela enorme en su oficina. Yo pensaba que veía a los proyectos como peces, y
que estábamos siempre en la búsqueda de hacernos de uno grande y que alcanzara
para todos.
Sin embargo la reputación del Mall no es
buena y su lugar en la industria tampoco. No es una productora como las demás,
que se forman por el talento y entusiasmo de directores y productores que son
uno o se asocian y compiten con los demás. Es una productora nacida del
capital, cuyos dueños son cuasi anónimos y que nació para tener una
participación en el mercado de la publicidad, independientemente del talento de
los que en ella laboren. Su razón de ser es generar ingresos para la empresa,
no hacer buenos comerciales o buen reel.
A mí me funcionó perfecto pues yo tampoco
tengo interés en un gran reel ni en
la publicidad en sí misma. Acabo de dar una leída a este diario en el que
escribo y en una parte más o menos antigua, de hará unos diez años, me pregunto
por qué, si odio la publicidad y odio Santa Fé, me encontraba trabajando en una
empresa de publicidad en Santa Fé. Pues bien, después de eso hice una empresa
con un amigo, o participé al menos como asociado en su empresa; intentamos
hacerla crecer pero mi aversión a la publicidad tiene su peso, nada me parece
lo suficientemente importante y por unas u otras razones tanto mi amigo como yo
terminamos por insertarnos a esta empresa que está en un mall o centro
comercial. Aquí, ellos tenían ya clientes, el gobierno. Aquí solo habría que
filmar bien, entregar comerciales correctos. A mí eso me viene muy bien. No tengo
claras las razones, pero a mí nunca me ha gustado hacer tratos de dinero: Para
mí es muy cómodo filmar comerciales de los que incluso ignoro el presupuesto.
Yo filmo con lo que haya, de la mejor manera posible. Así es como llegué aquí y
como forjé una buena amistad con Escobedo. Hicimos proyectos grandes y proyectos
chicos, de los que yo desconocía el número final. Como si el dinero, en el
fondo, no fuera mi problema. Lo cual, para mí, es justo como quisiera que
fueran las cosas. Simplemente saber –o imaginar- dónde está el límite y hacer
mi mejor esfuerzo hasta ese límite, y no más.
El caso es que se murió Escobedo. De
forma absolutamente repentina. Un derrame cerebral fulminante, acaecido después
de un cuágulo que se le fue de la pierna a los pulmones, que le trataron en el
hospital: lo dieron de alta y horas después le explotó en el cerebro. Quisieron
operarlo y lo hicieron, pero no evolucionó bien, tenía una anemia importante o
algo así, el caso es que murió de un miércoles a un domingo. En medio de un
proyecto mio que él había conseguido y peleado por que nos lo dieran, aunque
fuera con poco dinero. Murió entre el callback y la junta de producción, así de
rápido.
Hoy entrego ese comercial. La oficina de
Escobedo ya está vacía y no sabemos si alguien vendrá en su lugar. De hecho yo
no sé si seguir aquí. El haberme preguntado, hace 10 años, que qué hacía yo en
Santa Fé, se repite y multiplica hoy día en múltiples direcciones ¿Qué hago
aquí, haciendo comerciales para una empresa anónima, persiguiendo nada sino un
pez evasivo y de tamaño incierto? Mi único aliado, con quien creía tener una
relación especial (me consideraba uno de los pocos a quienes Escobedo
apreciaba; me consideraba de los pocos que apreciaban a Escobedo, y consideraba
a Escobedo como uno de los pocos que me sabían apreciar) ha dejado el horroroso
agujero que dejan los que se mueren. El vacío absurdo y sordo, indiferente,
mudo y tonto de los que se van. La huella en la arena que se llena de agua y se
hace lodo, se revuelve sobre sí misma, y ya no está.
No me atrevo a decir que Escobedo fuera
una figura paterna para mí, pero de alguna manera ocupó ese lugar que han
ocupado todos mis jefes o personas masculinas con quienes he trabajado. Cada
vez menos: quizás a Escobedo le tocó justo eso, dejar de ser figura paterna (en
mi psique, estoy hablando) para convertirse solo en aliado, en productor, en
amigo. Hubiera sido un buen amigo, si nos hubiésemos dado la oportunidad. Lo
invité a mi casa y nunca se la hice buena. Lo invité a sesiones de póker y siempre
fue con entusiasmo. Acabo de convocar a una en su nombre, a ver si me responden
los invitados.
Esa fue mi última llamada con Escobedo,
me marcó para decirme que había poco quórum para el pókar, que lo dejáramos
para la siguiente semana.
No hubo semana siguiente para él.
¿Qué haré yo, con el resto de mis
semanas?
Ciudad
de México, a 15 días del mes de abril de 2019