Tendría su gracia, un México para los
mexicanos. Poner a México primero. Un México que recupere su grandeza.
Tendría su gracia ya no querer ser
gringos. Encontrar nuestro reposo bajo los ahuehuetes. Volver a tener
ahuehuetes.
Mirar lo gringo con recelo, como antes.
La música y la ropa, hacerlas aquí.
Pero eso sí, recibirlos como buenos
anfitriones que somos. Esperando –y logrando, suponemos- la aprobación del
visitante. Del gringo contento. Satisfecho con ver en nosotros un poco de cocos
locos, tequila y piñatas, no más. Ah bueno, y sombreros, siempre sombreros.
Y dedicarnos a cosas serias, nuestras. A
construir nuestro país, a encontrar un modo de sacar a tantísima gente que no
tiene una sola oportunidad de salir de la pobreza.
Y no porque la separación nacionalista
valga más que la integración continental. Sino porque nuestra fascinación con
los espejos ajenos ha sido siempre nuestra perdición. Y ya llevábamos un rato
perdido, un buen rato, teniendo como única luz la que creíamos brillaba desde
allá. Del otro lado. Del lado de los malls
y de las trocas. De los iphones, dios mío, los iphones, que estoy seguro que
han causado tantas muertes –¿para qué si no, se mete un muchacho a narco?-.
Que el dinero mexicano sirviera para los
mexicanos. Y también el gringo, los infladísimos dólares que entren. Que no lo
robaran los políticos –no pueden decir ahora que no se lo roban, no después de
Duarte, nunca más negarlo-. Y utilizarlo.
Que se pagaran bien por el trabajo, eso
sería todo. Que se pagara el tiempo de trabajo. Y que la gente trabajara
realmente trabajando. Haciendo bien las cosas, aprendiendo, investigando y
mejorando.
Y asi salir, por nuestro propio pie, de
los complejos que arrastramos.
Dejar de querer ser cool, vivir gozando nuestra sangre caliente.
Volver a aprender a hablar, cuando menos,
español. Y otras, de las tantas lenguas que hablamos. Aprender de nuevo a
pensar y a expresarnos, a escribir y ver lo nuestro. También lo de otros, pero
esta vez no dejar de ver lo nuestro.
No es pedir tanto.