Para Vicky era un sueño, su sueño más
grande. Para el asistente de dirección, que la seleccionó entre las decenas de
candidatas, era una rutina cada vez más cansada y engorrosa. Encontrar talento
para comerciales de gobierno. Talento, así le dicen. Quizás porque constantemente no son actores
ni actrices, sino modelos: extranjeras y extranjeros lo suficiente afortunados
para salir de sus países blancos, donde serían campesinos u obreros, mecánicos,
plomeros o maestras de escuela, y llegar a este, donde 500 años de anhelar ser
otros ha dado lugar a una publicidad distanciada de la realidad, donde todos
son guapos y güeros, o en todo caso, de piel blanca y pelo negro.
En los comerciales de gobierno no es
así. En ellos se necesita “gente real” -como si el “talento” no lo fuera-. Y en
las campañas políticas, se necesita gente que pueda decir largas diatribas
enumerando las acciones de gobierno como
si fueran ideas que van llegando a la cabeza. Y hay que hacer uno de esos
comerciales cada tercer día, por lo que la búsqueda de gente que pueda hablar
es constante y, ya lo dije, engorrosa. Así que cuando el asistente vio en el
casting que Vicky mínimamente decía sus parlamentos, la puso entre su folder de
“preselects”, así dicen las cosas los publicistas, en inglés, será por lo
mismo, los 500 años. Ya habría ocasión de que las personas realmente
responsables, revisaran y redujeran a esos “preselects” en “selects” o
seleccionados. Así se hacen los castings.
Pero en esta ocasión no hubo tiempo. Los
creativos a cargo del asunto, una pareja muy exitosa que acababa de cerrar el
trato para vender su agencia por varios millones de dólares, estaban invitados
a la pelea “del siglo” –otro término común en publicidad, cada tanto nos lo dan
como si fuera nuevo- en Las Vegas, por lo que toda revisión de casting y de
locación tendría que ocurrir por la vía de correo electrónico.
Allá va Vicky a Las Vegas, en la forma de
un archivo adjunto, reducido a poco más de un mega, una borrosa actuación para
la que se había preparado tanto, con la camisa que ese día le favorecía, se
veía agradable, de buen humor, por eso el asistente la había seleccionado, y en
esta ocasión no tuvo competencia. Los creativos a cargo la vieron por encima,
entre foto y foto que tomaban y se tomaban a sí mismos entre las celebridades
reunidas en Las Vegas: ya se incluían ellos. El director, ese sí en México,
desde hacía tiempo se había desentendido de estos procesos de selección, por
cansado y engorroso. Además estaba en pleno romance con una actriz famosa, asi que
ni siquiera estaba durmiendo en su casa como para checar sus correos, porque
esta actriz, para dormir con ella, le exigía llevarla cada noche a un hotel más
caro que el anterior, ya iban en el Four Seasons.
Así que entre todos y nadie seleccionaron
a Vicky. Los castings a los que iba cuando podía, a escondidas de su novio y de
su familia, habían dado su primer fruto. Vicky estaba lavando platos cuando
recibió la llamada. Le habían dado el papel de esposa en un comercial del gobierno.
Vicky sintió que sus piernas flaqueaban; no distinguió –tan rápido fue su
pensamiento- si era por la emoción del papel o por el miedo a la posible
reacción de Ramón.
En el rodaje todo empezó de manera
normal. Por la mañana, temprano pero no tanto, los comerciales de gobierno no
ameritan la desvelada, a menos que haya que filmar el amanecer o depender del
sol, si se filma en una milpa o en una plaza, se acostumbra. En este caso no,
era una pareja en su casa, en su cocina, admirando “la nueva tubería”, como si
eso fuera un elogio al gobierno. De hecho estaban en un foro que tiene varias
cocinas: así más fácil. Cuando la maquillista pidió por el radio shampoo y
acondicionador, el asistente de dirección se extrañó un poco. Es un requerimiento poco usual, se entiende
que se trata de que alguno de los talentos no se bañó, normalmente los europeos
o argentinos, qué hacer sino lavarles el pelo en un lavabo para que se vean más
frescos. El oírlo por el radio puso a todos en tensión; eso atrasaría el
comienzo del rodaje, y con ello, su final; y todos, o casi todos, especialmente
el fotógrafo y el director, que habían apostado, querían lograr llegar a ver un
partido de futbol europeo que pasarían ese día en la televisión de paga.
Después de media hora, el talento aún no llegaba al set. La cocina
ya estaba iluminada, la nueva tubería reemplazando los viejos tubos oxidados
–la metáfora, genial, por algo acababan de ganar millones- que quedaban
arrumbados a un lado. El asistente decidió ir al camerino a ver qué pasaba, a
ver cómo iban –hubo que buscar un papelito con los nombres- Vicky y Jorge, a
ver qué era lo que los estaba retrasando. Al llegar al vestidor encontró a la
maquillista arrodillada frente a Vicky, frotándole los brazos, parecía un
masaje, pero tras un momento de silencio incómodo el asistente comprendió que
le estaban maquillando. Maquillando los brazos. Los brazos? No recordaba que
Vicky estuviera tatuada. La maquillista lo miraba en silencio mientras
continuaba. Incómodo, el asistente fingió hablar por el radio mientras salió de
la habitación. Le pareció entender en la mirada de la maquillista, -se
entendían, ella y él desde hace un rato- que le estaban maquillando moretones
en los brazos.
Una vez en el set, como siempre se hace,
el asistente no dio importancia visible al retraso. No hay que poner más tensos
a los actores, hay que asumir la culpa y disipar el ambiente, para eso hay un
segundo asistente de dirección, para asumir los enojos por los retrasos, aunque
en éste caso específico la producción se lo había ahorrado. Lo importante era
salir temprano y contentos, que la chica –Vicky, Vicky, Vicky- se supiera bien
sus líneas y las dijera de forma natural sin que la traicionaran los nervios,
sin llegar a ese punto de no retorno al que se llega cuando un actor poco
experimentado se equivoca demasiadas veces en el mismo punto y entonces
desarrolla miedo y es ya imposible que lo diga bien, todos en el medio–así se
dicen los de la tele, los del cine, los de los comerciales, el medio- conocen ese momento; un buen director sabe
cortar y dar descanso a todos antes de que suceda, de otro modo pueden pasar
horas, muchas horas y decenas de intentos fallidos, es como magia negra o como
un mal chiste, cuando un actor no puede y simplemente no puede decir su línea
por obvia que sea.
Esta vez no ocurrió. Le costó trabajo a
Vicky, es cierto; incluso el director, con una mirada, preguntó al asistente
–también a él lo entendía, de alguna forma es su trabajo, entender sin que se
diga mucho- si había un reemplazo para que lo fuera preparando. Pero para ese
entonces el asistente ya había averiguado el porqué del retraso, de los
moretones, de la falta de shampoo. Resulta que Vicky había llegado golpeada,
golpeada y desvelada, sin bañarse. Su novio la había pateado y amenazado, la
había apretado de los brazos levantándola contra la pared y le había prohibido
ir a su llamado a filmar, y Vicky había ido de todos modos, “es mi sueño” le
contó la maquillista que había dicho. “Es mi sueño y no voy a dejarlo”.
Asi que el asistente dijo que no, que no
había reemplazo, y el director hizo lo que pudo, le dio confianza a Vicky y la
hizo reír y olvidarse de sus nervios y las tomas quedaron bien, la agencia se
fue antes del último shot, el cerrado
de las tuberías; a esas escenas sin talento los de la agencia ya no se quedan,
su trabajo estaba hecho. Al final del llamado el asistente le dio a Vicky un papelito con un número de teléfono, era el
del Instituto de Mujeres para atender casos de violencia, Vicky pensó que se
trataba de su teléfono personal o su facebook, el asistente le había gustado,
pero no quizo apuntar el suyo, sería porque la maquillista los estaba mirando.
En el partido de futbol europeo, el
director ganó la apuesta sobre el fotógrafo, siempre lo hacía. Nadie del medio
volvió a saber de Vicky, no se le vió nunca más en otro llamado; nadie se
enteró de lo que le ocurrió mientras que se anotaba ese útimo gol con el que el
director ganó su apuesta y mandó a comprar un whisky caro.